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Edad Contemporánea

La mujer en la Guerra Civil (II). El bando republicano

Las mujeres en el bando republicano ejercieron tareas más diversas que en el sublevado. Sin embargo, frente a la imagen mítica de la mujer miliciana, principalmente se trató de tareas de retaguardia y de cuidados, incluso cuando se encontraban en el frente, ya que el objetivo principal era que sustituir temporalmente al hombre mientras este luchaba. Aunque la República había supuesto un gran avance para la mujer, los cambios en la mentalidad son siempre más lentos, y no pueden entenderse desde una óptica actual.

Puede leer la primera parte aquí.

Estación de ferrocarril de Sigüenza, agosto de 1936. Dos mujeres jóvenes se aproximan al batallón del POUM para hablar con la capitana Mika Etchebéhère.

—Queremos unirnos a vuestro batallón —afirma la más joven mientras los hombres gruñen.

—Ni siquiera sabéis montar un fusil.

—Sí que sabemos —afirma la segunda—, y cargar cartuchos de dinamita. Y también podemos cocinar y limpiar. Lo único que queremos es ayudar.

—Eso sí que no —contesta la primera a su compañera—. Yo no he venido al frente para morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano.

Si por algo se caracterizó el papel de la mujer republicana fue por una mayor diversidad en sus funciones respecto a las mujeres del bando sublevado. Sin embargo, se trata de una cuestión muy compleja y matizable, ya que por mucho que tengamos en mente la imagen de la miliciana con el mono y el fusil, seguimos hablando de la España de los años treinta, muy desigual y con una mentalidad muy tradicional con respecto al género. Esto se reflejó en las diferentes tareas que desempeñaron las rojas. En general, a la mujer republicana se le pidió principalmente que acudiera a ocupar los puestos que sus compañeros habían dejado al marchar al frente, y que realizara tareas de apoyo a estos, todo ello sin olvidar su hogar. Desde el primer momento se dejó claro que, aunque la mujer entrara en la cadena productiva, lo haría en calidad de sustituta y tendría que abandonar el puesto cuando el camarada regresara a la vida civil: «mujeres […] reemplazándonos en todas las labores varoniles, para que podamos nosotros, los hombres, coger el fusil, la ametralladora, y todas las armas de la guerra, para abatir al fascismo […]» (Boletín de Información CNT-FAI número 147, enero de 1937). El mensaje es claro: la mujer sustituye temporalmente al hombre, y su tarea sirve para que el hombre vaya a luchar. Incluso cuando las mujeres se encontraban luchando en primera línea era frecuente que no fueran tomadas en consideración y que acabaran limpiando, lavando, cosiendo y cuidando a sus compañeros. A menudo se alude a las cualidades que desde la mentalidad de la época se esperaban de la mujer, lo cual implica que, desde el primer momento se hace una llamada a la participación partiendo de una importante desigualdad e incluso en base a «sus hombres»: padres, hermanos, maridos y novios, en definitiva, los valientes héroes del frente, despersonalizando así la tarea de las mujeres.

Mika Etchebéhère en el frente de Guadalajara (1936). Wikimedia Commons.

En todo ello vemos que, a pesar del gran avance que había supuesto la República para la mujer, el cambio de mentalidad es un proceso mucho más lento. A menudo tratan de incluir a la mujer en el esfuerzo bélico (en parte, obviamente, por los beneficios que esto podía reportar en una situación tan delicada en la que toda contribución es vital), pero generalmente se hacía de acuerdo con las normas sociales y políticas que habían regido durante la mayor parte de su vida y que, evidentemente, distan bastante de lo que hoy en día consideramos igualdad real, pero que, sin embargo, en su contexto suponía, en muchas ocasiones, un gran avance.

La Unión de Muchachas

La Unión de Muchachas fue una organización femenina, de estrecha relación con las Juventudes Socialistas Unificadas, que nació durante la Guerra Civil y cuya intención era agrupar a las jóvenes de entre 14 y 25 años.

Cubierta del número 9 de la revista Mujeres Libres (1938). Wikimedia Commons.

Mujeres Libres
Una de las asociaciones femeninas más destacadas de este período fue Mujeres Libres. Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch, afiliadas de la CNT, coincidieron en la necesidad de fundar una organización que contribuyese a la emancipación de la mujer. No sólo fundaron una revista, Mujeres Libres, sino que hablaban de liberar a la mujer de una triple esclavitud: como productora del sistema capitalista, como mujer de una sociedad machista, y como ignorante por la falta de educación. Para ello ofrecían educación nocturna para las obreras, cursos de capacitación, talleres y toda una serie de elementos que ayudasen a las mujeres a conseguir independencia económica. Con el estallido de la guerra, la organización añadió diferentes secciones como transporte, sanidad, metalurgia, brigada móvil, etc. La principal fundadora, Lucía Sánchez Saornil, asumió, además, el cargo de secretaria general de la sección española de Solidaridad Internacional Antifascista y participó en hechos como el asalto al Cuartel de la Montaña. Este historial, sumado a su relación sentimental no oculta con América Barroso, la llevó al exilio hacia el final de la guerra.

Durante los primeros meses de 1937 se produjeron una serie de conferencias y mítines en los que se reflejó la idea principal de la Unión de Muchachas: agrupar, mediante una organización juvenil, a las jóvenes afines. Esto tenía un doble objetivo: por un lado, unificar el esfuerzo para ser más eficientes y colaborar en la victoria; y, por otro, su lucha conjunta como mujeres contra las dificultades específicas de su género (el atraso en la educación, por ejemplo), y para hacer partícipe a la mujer de la vida social, y, sobre todo, política. En ello fue crucial la fundación de una publicación de la propia organización, Muchachas, que contó con nueve números en Madrid y apareció por primera vez el 6 de mayo de 1937. El 8 y 9 de mayo de 1937, el Ateneo acogió la Conferencia Nacional de Muchachas, que configuró, finalmente, la Unión de Muchachas como una organización de masas conectada por sus dirigentes con las J.S.U., pero con carácter autónomo y personalidad propia. Pretendía agrupar a las jóvenes de Madrid para incluirlas en la producción y formarlas, tanto a nivel cultural como político. Aunque no hay datos exactos, fuentes orales estiman sus militantes en unas 2000 jóvenes. La organización produjo un fuerte impacto social por sus características y por la gran labor que llevaba a cabo en diferentes planos.

«Las chicas de la Unión de Muchachas quieren conquistar el espacio» (Ahora, 1937).

Las actividades de la organización se desarrollaron de acuerdo con los objetivos mencionados. Fue primordial la unión de las jóvenes para promover los lazos de solidaridad entre ellas. Se reivindicó su acceso al trabajo y su formación cultural, profesional y política, así como buscar el despertar de la conciencia obrera en el caso de las muchachas menos politizadas. Por supuesto, también se llevaron a cabo tareas de retaguardia, de contribución al esfuerzo bélico y moralización de las tropas (por ejemplo, mediante actividades culturales como el teatro). Como vimos en el artículo acerca de la mujer en el bando sublevado, también se realizaban las actividades típicamente asociadas a las mujeres en tiempos de guerra, como la organización de lavaderos, costura para los combatientes, tejido de jerséis para la campaña de invierno, colectas para los soldados…

El marco ideológico de esta organización era muy llamativo. Aunque se planteaban como una entidad independiente debido a los problemas específicos de la mujer, no se concebían a sí mismas como separadas del resto de la juventud. Estos problemas específicos tenían que ver con el acceso al trabajo (durante y después de la guerra, y en relación con el logro de la independencia personal), la igualdad de salario, la lucha contra los sindicatos que a menudo impedían su formación, la legalización de los matrimonios de guerra, el seguro de maternidad, etc.

Como organización de mujeres, su postura con respecto al feminismo y la feminidad era compleja, y no se puede entender de acuerdo con los valores actuales. Según las entrevistas realizadas a algunas afiliadas, como Julia Vigre, las muchachas no se denominaban a sí mismas feministas, algo bastante común en la época. Tampoco consideraban negativo mantener la división de tareas entre hombres y mujeres y frente y retaguardia. Sin embargo, sí que encontramos aspectos muy novedosos como la apuesta por la inclusión de la mujer en nuevos trabajos, la idea de que la nueva sociedad que se erigiría tras la guerra necesitaría de las mujeres, el convencimiento de la necesidad de la participación e inclusión de las muchachas en política… En general, vemos que la Unión de Muchachas relacionó la lucha antifascista con la liberación de la mujer, algo que solo concebían como posible dentro del marco teórico libertario. Para ellas, el enemigo fascista y su apoyo a la Iglesia católica representaban la lucha contra los derechos y la liberación de la mujer. Sin embargo, como ya hemos matizado, no sostenían posturas de ruptura de los roles de género tal y como se plantea en la actualidad.

La mujer republicana y el mundo militar. Las milicianas

La mitificación, la controversia, la mala propaganda y al mismo tiempo su magnificación posterior junto con la dificultad en muchas ocasiones para acceder a datos históricos reales hace de la figura de la miliciana uno de los aspectos más complejos de la Guerra Civil.

La miliciana se convirtió en símbolo de la lucha antifascista en medio del fervor inicial de los primeros meses, y los carteles y fotografías que protagonizaron fueron un claro reclamo para el alistamiento dado el fuerte impacto que supuso para los hombres esa imagen rupturista de la mujer en armas con mono azul. Sin embargo, en general no fue empleado como expresión de un nuevo modelo de mujer, sino que se convirtió en un símbolo mitificado de la guerra, usado frecuentemente como componente de «provocación» hacia los hombres, ya que la imagen de la mujer soldado era utilizada como reclamo para el alistamiento masculino, en ocasiones, de forma vergonzante.

Fotografía de un grupo de milicianas en 1936. Wikimedia Commons.
Fanny Schoonheyt, neerlandesa que en su paso por España fue definida como «maestra con la ametralladora, pero también en la lucha por los derechos de la mujer». La fotografía fue tomada en Barcelona en mayo de 1937. Wikimedia Commons.

Las mujeres en las Brigadas Internacionales
Se calcula que alrededor de unas 60 000 personas, unidas en las conocidas Brigadas Internacionales, llegaron desde otros países para luchar en la guerra civil española del lado republicano. A pesar del interés que han suscitado, de las mujeres que en ellas participaron, cuyo número es prácticamente imposible de cuantificar pero que se calcula en torno al millar, apenas sabemos nada. Muchas de ellas eran mujeres formadas, sanitarias frecuentemente, emancipadas y cuya actitud chocaba con la mentalidad más tradicional de la España de los años treinta.
Salaria Kea (1913-1991) era una enfermera afroamericana que desde muy joven había luchado por la igualdad. Protagonizó su primer gran acto de rebeldía contra la injusticia en el hospital de Harlem en el que trabajaba al tirar la comida al suelo tras exigirle dos doctores blancos a ella y a sus demás compañeras afroamericanas que abandonaran la zona reservada para blancos en la que estaban comiendo. Tras este incidente, el hospital se vio obligado a cambiar las normas de segregación. Enfurecida por los bombardeos contra civiles, Kea decidió viajar a España en abril de 1937, donde prestó ayuda médica salvando numerosas vidas. Su lucha fue un gran ejemplo de transversalidad que se plasmó en su libro Una enfermera negra en la España republicana.

A pesar de que desde el primer momento las organizaciones femeninas situaron a las mujeres en la retaguardia, algunas acudieron a alistarse para ir al frente. Sus motivos eran variados. En general, se trataba de mujeres muy jóvenes, con una gran conciencia política que no admitían otra forma de defensa de sus derechos que no fuera la lucha directa armada contra el fascismo, ya que rechazaban un papel secundario en la contienda. A veces se trataba de una prolongación de las actividades en organizaciones, sindicatos y partidos políticos que habían llevado a cabo antes de la guerra. Al mismo tiempo, defendían su nuevo rol social de mujeres emancipadas y en muchos casos apremiaba el deseo de colaborar del mismo modo que lo hacían sus compañeros. En ocasiones se alistaban con sus amigos, familiares, parejas o compañeros políticos.

Milicianas con sus armas durante la guerra civil española. Wikimedia Commons.

El alistamiento femenino se producía en general de forma espontánea, pues no había en un primer momento una política oficial a este respecto Algunas entidades como el PSUC sí que realizaron llamamientos directos, pero fueron casos excepcionales que acabaron desapareciendo por completo. Era habitual que las mujeres encontraran negativas cuando acudían a alistarse o que fueran persuadidas indicándolas que debían orientar sus tareas a la retaguardia. El número de mujeres combatientes es imposible de cuantificar, aunque sí sabemos que fue una clara minoría. Quizá el Quinto Regimiento fue el cuerpo militar que más mujeres albergó, y, aun así, en su gran mayoría, realizaban tareas consideradas típicamente femeninas como cocina, limpieza, bordado, etc., a pesar de estar en el frente. Esto le sucedió a Manuela, como veíamos en las primeras líneas, una miliciana que abandonó el Quinto Regimiento para unirse a la columna del POUM que capitaneaba una mujer, Mika Etchebéhère, ya que había oído que allí las mujeres eran tratadas en iguales condiciones y podían luchar. Sin embargo, la capitana tuvo no pocos problemas con sus hombres, que a menudo no entendían que las mujeres no estaban allí para coserles o cocinarles, sino que querían luchar en igualdad.

«Fábricas y talleres para nosotras. Los hombres al frente».

La campaña de heroificación y halagos que se había formado en torno a las milicianas pronto dio paso a otra basada en críticas, burlas y hasta ridiculizaciones de estas combatientes. En septiembre de 1936 Largo Caballero ordenó la retirada de las mujeres. Algunas decidieron quedarse, pero para 1937 su ya de por sí escaso número había descendido notablemente. Políticos, organizaciones y prensa no hacían amago de defenderlas o limpiar su imagen, sino que se obcecaban con que el papel de la mujer, una vez más, estaba en la retaguardia, y empezaban a asociar la figura de la miliciana con elementos negativos (romanticismo bélico, deshonra, frivolidad, malas intenciones, incluso quinta columna). Los argumentos esgrimidos se basaban, principalmente, en la supuesta capacidad de la mujer para realizar tareas de retaguardia e incapacidad, por el contrario, para todo lo bélico. En muchas ocasiones se negó a las mujeres la formación militar básica. La campaña de desacreditación se intensificó a lo largo del conflicto y se llegó incluso a responsabilizar a las milicianas de la difusión de enfermedades venéreas, grave problema durante la Guerra Civil, o a relacionar la figura de la mujer combatiente con la de la prostituta buscando su calumnia. En todo caso, el argumento de la disciplina popular y de la profesionalización del Ejército Popular asestó el golpe definitivo a las milicianas.

Por todo ello, parece que el país no estaba, en general, preparado para la rompedora idea de la mujer soldado. Durante la República se había alcanzado cierta igualdad legal incluyendo el sufragio femenino, pero ver a una mujer con un mono azul matando fascistas era otra cosa.

Mujeres extranjeras en la guerra civil española
Las brigadistas no fueron las únicas mujeres extranjeras que acudieron a la guerra civil española. El foco mediático mundial estaba puesto sobre España, el país en el que se adivinaba el futuro de Europa, lo cual atrajo a mujeres periodistas, fotógrafas, escritoras, y en definitiva de numerosas dedicaciones e ideologías. Gerda Taro, la mitad del nombre artístico Robert Capa junto con Friedmann, es considerada la primera fotoperiodista de guerra. Falleció en el conflicto tras ser arrollada por un tanque de forma accidental. Martha Gellhorn, escritora y periodista, fue una de las corresponsales de guerra más destacadas del siglo XX. Su trabajo en la Guerra Civil le valió la fama que le permitió cubrir la Segunda Guerra Mundial. Llegó a escribir a Eleanor Roosevelt para decirle que España era un país demasiado bello como para dejárselo a los fascistas. Ilsa Barea-Kulcsar, periodista austriaca, trabajó en la oficina de censura de la prensa extranjera bajo el constante bombardeo de la Telefónica. Su interesante experiencia ha sido publicada recientemente en una novela con el mismo nombre del edificio.

Icónica foto realizada por Gerda Taro (Robert Capa) de una miliciana en 1936. Wikimedia Commons.

Para ampliar:

Lorusso, Isabella, 2019: Mujeres en lucha, Madrid, Altamarea.

Nash, Mary, 2006: Rojas: las mujeres republicanas en la Guerra Civil española, Madrid, Taurus.

Iturbe, Lola, 2012: La mujer en la lucha social y en la guerra civil de España, Madrid, LaMalatesta.

Graduada en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid. Profesora de Geografía e Historia.

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