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«L’affaire» Dreyfus y el nacimiento de la intelectualidad

Nadie podía imaginar que el 15 de octubre de 1894, cuando el capitán Alfred Dreyfus llegaba al ministerio de Guerra tras recibir una citación, iba a dar inicio uno de los casos judiciales más polémicos de la historia. Se convirtió en un punto de inflexión para la III República Francesa tras haber sacudido sus cimientos, su sociedad e integridad. Un largo «affaire» de doce años donde la xenofobia y el antisemitismo culparon a un inocente de alta traición.

Francia, durante los años 1894-1906, se encontraba en un contexto muy complejo. El antisemitismo había conseguido arraigar profundamente en la sociedad, siendo en el ejército uno de los lugares donde más destacaba. Esto se debió a que la reestructuración militar que se llevó a cabo tras la derrota en la batalla de Sedán (1870) contra Alemania, despertó un fuerte sentimiento revanchista contra ellos y provocó el rechazo la inclusión de los judíos en las fuerzas armadas. A esto hay que sumar la inestabilidad política de la III República, la cual se hallaba entre enemigos internos y padecía una economía que todavía se encontraba en vías de estabilización, con un predomio rural pese a la industrialización que se estaba llevando a cabo.

En medio de este río revuelto, la sociedad francesa convulsionó tras hacerse pública la traición que, aparentemente, había realizado un miembro del Estado Mayor. No sólo había traicionado a la nación, sino que lo había hecho para beneficiar a Alemania, su mayor enemigo. La explicación que rápidamente adoptó la opinión pública a través de lo que se daba a conocer por los periódicos fue clara: el traidor era judío, ergo había que exterminarlos. La paranoia, el antisemitismo y la injusticia fueron los ingredientes del Caso Dreyfus.

1894: comienza el caso Dreyfus

El documento que originó el caso. Wikimedia Commons.

La historia comenzó en el mes de septiembre de 1894, concretamente entre los días 20 y 25. Durante esa semana, el Servicio de Información francés descubrió en la papelera del agregado alemán en París, el mayor Maximiliam von Schwartzkoppen, una serie de informes militares con datos sobre el armamento y defensa nacional francesa. Estos documentos se conocieron como «la lista». El día 26 se notificó al comandante del servicio de contraespionaje, Hubert Joseph Henry; él hizo lo propio con su jefe, el coronel Jean-Conrad Sandherr, quien, a su vez avisó al ministro de la Guerra, el general Mercier y los últimos notificados fueron el presidente de la República, Casimir Périer, y del Consejo, Charles Depuy. Existía un traidor dentro del Estado Mayor de Francia y estaba pasando información a la principal potencia enemiga.

De esta manera, el jefe del Estado Mayor, el general de Boisdeffre, convocó al capitán Alfred Dreyfus el 14 de octubre de 1894, que se personó al día siguiente. Le recibió el comandante Picquart quien lo llevó hasta el comandante Du Paty de Clam. Le llevaron a una sala donde le obligaron a escribir una carta de autoinculpación; Alfred Dreyfus fue acusado de alta traición al coincidir su caligrafía con la hallada en «la lista». Pero ¿cómo es posible que llegaran a tal conclusión? ¿Cómo sabían que había sido Dreyfus? Una de las cartas confiscadas a Schwartzkoppen, fechada en abril de 1994 y dirigida al agregado italiano Panizzardi decía así:

«Siento mucho no haber podido verlo antes de irme. Por lo demás, estaré de vuelta en ocho días. Adjunto le envío doce planos directores de Niza que ese canalla de D. me ha proporcionado con la intención de restablecer relaciones con usted. Dice que ha habido un malentendido y que seguirá haciendo todo lo que esté en su mano para satisfacerlo. Ha dicho que se había obstinado y que usted no quería saber nada más de él. Yo le he respondido que estaba loco y que no creía que usted quisiese restablecer las relaciones. Haga lo que quiera. Adiós. Tengo mucha prisa.»

Alfred Dreyfus en 1894. Wikimedia Commons.

Se sabe que el nombre en clave del traidor era J. Dubois; no obstante, en ese momento, el teniente Abboville sugiere que esa «D.» esconde el apellido del capitán en prácticas del Estado Mayor, Alfred Dreyfus. Como consecuencia, tanto Henry como Sandherr falsificaron todas las pruebas para acusarle de alta traición. Pronto, los principales diarios del país se hicieron eco de lo sucedido: La Libre Parole, L’Eclair, La Patrie, Le Figaro o Le Soir llenaron portadas y la tinta plasmó por escrito lo escandaloso de la situación en un estallido nacionalista sin parangón. La opinión pública pronto adoptó posiciones antisemitas que envenenaron el ambiente.

La familia, sin apenas capacidad de reacción y con todo el mundo en contra, contrató al abogado Demange aunque poco pudo hacer. El informe acusatorio (lleno de pruebas falsificadas) que se presentó ante el consejo de guerra celebrado el 19 de diciembre no dejó margen de maniobra. El 22 de diciembre se conoció la sentencia final: deportación permanente en prisión y degradación pública (la mayor humillación posible para un militar). Tras la degradación pública celebrada el 5 de enero de 1895, se trasladó al detenido a la isla del Diablo en la Guayana Francesa donde ingresó el 13 de abril. Allí vivió en unas pésimas condiciones durante seis años que le causaron graves problemas de salud.

1895-1898: el caso Dreyfus se convierte en un escándalo nacional

Consejo de guerra según Le Petit Jurnal. Wikimedia Commons.

El caso parecía resuelto y la sociedad estaba satisfecha porque, como se leía en los periódicos, «un judío, aunque sea francés, no puede ser más que un traidor». De esta manera, la xenofobia y antisemitismo equiparaban judío y alemán como el enemigo a batir. No obstante, el comandante Picquart, quien en un inicio estaba seguro de la culpabilidad de Dreyfus, descubrió el error judicial que envolvía todo el caso. Al examinar el informe secreto elaborado durante el proceso se halló lo que se denominó «el pequeño azul», un pequeño telegrama en papel azul escrito entre 1895-1896 que contenía el siguiente mensaje:

«Señores: Espero ante todo una explicación más detallada que la que me dieron el otro día sobre la cuestión en suspenso. Como consecuencia, les pido que me la envíen por escrito para poder juzgar si puedo continuar mis relaciones con la casa R., o no. Firmado: C.»

Dirigido al señor comandante Esterhazy y firmado por Schwartzkoppen (la «C.» era su firma tradicional). Esterhazy era un conocido del comandante Henry que pronto levantó las sospechas de Picquart cuando se percató de las continuas visitas que realizaba a la embajada alemana. Preocupado por sus sospechas, decidió avisar a sus superiores, los cuales contestaron con una amenaza: «detenga la investigación si no quiere acabar con su carrera militar». Fue entonces cuando Picquart, en el verano de 1896, desoyendo la amenaza de sus superiores, constató que la letra de Dreyfus no coincidía con la hallada en «la lista» y sí con la de Esterhazy quien resultó ser el verdadero traidor.

Paralelamente, Mathieu Dreyfus, hermano del acusado, no cesó en su empeño por reabrir el caso y solicitar la revisión. Para ello, buscó movilizar a la opinión pública gracias al apoyo que recibió del intelectual anarquista Bernard Lazare. Ambos iniciaron una campaña para atraer intelectuales en favor de Dreyfus, pero fracasaron. Picquart volvió a hablar con sus superiores para notificar los descubrimientos y tratar de reabrir el caso, aunque no recibió la respuesta esperada y le deportaron lejos de París. Sabiendo el peligro que existía, el comandante Henry creó un documento falso dirigido al agregado italiano Panizzardi donde menciona a Dreyfus. Pese a todo, Picquart le pasó los documentos a Mathieu y a Lazare, que los publicaron en Le Matin el 10 de noviembre de 1896. Esto sirvió para que el senador Auguste Scheurer-Kestner y el abogado Leblois escribieran sendas cartas en defensa de Dreyfus en el periódico Le Temps el 16 de noviembre.

Degradación pública de Dreyfus. Wikimedia Commons.

La prensa volvió a entrar en escena y el caso se reabrió de cara a la opinión pública. Entre 1897-1898 la defensa engrosó sus filas, aunque seguían siendo minoría respecto a la acusación. Pese a ello, importantes intelectuales prestaron su imagen en defensa de Dreyfus. Ejemplos fueron Émile Zola, Joseph Reinach, Octave Mirbeau, Léon Blum o Jean Jaurès. La prensa se convirtió en un campo de batalla donde detractores y defensores de Dreyfus lucharon por revisar el caso. En noviembre de 1897, el banquero M. de Castro reconoció que la letra de Esterhazy fue la hallada en los documentos incriminatorios y Mathieu Dreyfus lo hizo público en los periódicos. Como consecuencia, el general Billot, ministro de la Guerra, ordenó juzgar a Esterhazy en un consejo de guerra. Para más inri, a finales de noviembre apareció en escena la señora de Boulancy, antigua amante de Esterhazy que en un arrebato contra su ex publicó la «carta de Ulhan», documento donde el comandante expresaba su odio a Francia con afirmaciones tales como: «nunca haría daño a un cachorro, pero mandaría que matasen a cien mil franceses solo por placer».

Pese al escándalo que resultó ser para la opinión pública y las pruebas facilitadas, el juicio celebrado entre el 10-11 de enero de 1898, otorgó al comandante Esterhazy la absolución por unanimidad. De nada sirvieron las pruebas aportadas ni mucho menos las declaraciones de Picquart y Mathieu. En la calle se oyeron gritos como: «¡viva el ejército!», «¡muerte a los judíos!». Para culmen, Picquart fue detenido y condenado y Scheurer-Kestner dejó de ser vicepresidente del Senado.

Alfred Dreyfus prisionero en la isla del Diablo en 1898. Wikimedia Commons.
Esterházy. Wikimedia Commons.

Esterhazy, el verdadero traidor
De origen húngaro, Ferdinand Walsin Esterhazy (1847-1923) nació en París y se crio en un orfanato, por lo que la ascendencia nobiliaria que siempre defendió es un misterio. Entró en el Ejército en 1865 como lugarteniente de la Legión Extranjera por mediación de un familiar. En 1877 se convirtió en el encargado de traducir los textos en alemán en la sección de contraespionaje francés. Se dice que contrajo enormes deudas y que eso mancilló muchas de sus relaciones con familiares y amigos, por lo que decidió vender secretos de Estado a Alemania a cambio de dinero. Mujeriego, mitómano e irritable, eran adjetivos a los que solía ir asociado; además de profesar un profundo odio a Francia. No obstante, la cúpula militar no dudó en defenderle pese todas las pruebas incriminatorias con tal de no rectificar la condena de Dreyfus. Hoy sigue siendo un misterio su implicación y motivación en todo el caso.

J’Accuse: Émile Zola y la irrupción de la intelectualidad

1898 se convirtió en el año clave de todo el caso. La absolución de Esterhazy prometía un nuevo punto final para un Dreyfus que no era consciente de todo lo que estaba ocurriendo a raíz de lo sucedido en 1894. Sin embargo, Émile Zola (1840-1902), padre del naturalismo y uno de los escritores más importantes de la época, se resistía a dejar morir el caso. La injusticia, el antisemitismo y la violencia con la que se expresaba la opinión pública eran objeto de sus ácidas críticas en todos los artículos que publicaba en Le Figaro.

Émile Zola en 1898. Wikimedia Commons.

El de mayor repercusión lo publicaría, no obstante, en el periódico L’Aurore tras perder el apoyo de Le Figaro a causa de las fuertes presiones sociales que sufría el periódico para dejar de dar voz a los defensores de Dreyfus. Así pues, ante el «crimen social» que decía que era la absolución de Esterhazy, escribió el 13 de enero de 1898 una carta dirigida al presidente de la República y oficiales superiores del Estado Mayor. Bajo el título J’accuse (Yo acuso), acusó públicamente a todos los implicados del Estado Mayor de ser responsables de culpar a un inocente de alta traición y humillarle por causas antisemíticas. La carta no dejaba indiferente a nadie:

«Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante —quiero suponer inconsciente— del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.
Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.
Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.
Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.
Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.
Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de una ceguera de los ojos y del juicio.
Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en L’Éclair y en L’Echo de París una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.
Y, por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado, fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable.
No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales.
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia.
Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.
Así lo espero.»

Esta carta explotó como una bomba en una sociedad francesa que quedó dividida entre detractores y defensores de Dreyfus. La situación se agravó, estallaron manifestaciones por doquier donde las propiedades de familias judías eran saqueadas y destruidas. Una espiral de violencia enfrentaba a unos y a otros habiendo múltiples disturbios. Durante el mes de febrero se sometió a juicio a Zola por dejar en ridículo al Gobierno, al Ejército y la República. La defensa poco pudo hacer frente a un tribunal que no dio pie a la intervención. Uno de los momentos más tensos del juicio se produjo cuando el abogado defensor Labori solicitó que se mostrase públicamente el documento con el que el Estado Mayor consiguió absolver a Esterhazy y amenazaba a Zola. Evidentemente, esto no ocurrió ya que alegaron que era «secreto de Estado». El veredicto: Zola fue condenado por difamación a un año de prisión y a pagar 3 000 francos.

Portada de L’Aurore de 13 de enero de 1898 con la carta J’accuse…! de Zola. Wikimedia Commons.

El escándalo era insostenible y la mayoría de la intelectualidad francesa (especialmente los jóvenes) salieron en defensa de Dreyfus y reclamaron la revisión del caso. La oposición también contó con sus intelectuales, principalmente Maurice Barrès que siguieron denunciando el complot de la «judería mundial». La presión de la defensa consiguió por primera vez la revisión del caso, Alfred Dreyfus fue juzgado por segunda vez en 1899.

Agitación atisemita en las calles de París (Petit Parisien). Wikimedia Commons.

¿Por qué Dreyfus? El antisemitismo francés
Alfred Dreyfus (1859-1935) nació en Alsacia en el seno de una familia adinerada que siempre había mostrado lealtad a Francia. Alsacia había sido un territorio en disputa durante la guerra Franco-Prusiana (1870-1871) donde la mayoría de la población hablaba alemán y mantenía tradiciones propias de los germánicos pese a permanecer dentro de Francia. No obstante, Dreyfus siempre mostró gran orgullo y dedicación por defender a Francia, razón por la que se alistó en el Ejército, donde siempre destacó. Su condición judía, sin embargo, era un escollo importante. El antisemitismo se institucionalizó en Francia a finales del siglo xix, siendo caricaturizados y acusados de todos los males que sufría la nación. Intelectuales, prensa y políticos escribían ríos de tinta justificando el «peligro judío» que existía en la oscuridad abogando por titulares como el de La Libre Parole: «¡medios prácticos para llegar al aniquilamiento judío!». De esta manera, las dudas sobre su nacionalidad, tener un apellido que coincidía con la inicial hallada en «la lista» y su condición judía, convirtieron a Dreyfus en la cabeza de turco.

1899-1906: el segundo juicio y el final del Affaire Dreyfus

Alfred Dreyfus en 1903. Wikimedia Commons.

Dreyfus volvió a París en 1899 para un nuevo consejo de guerra que se celebró entre agosto y septiembre. De nuevo, el hombre de 39 años que asemejaba tener 50 por las penurias pasadas en la isla del Diablo, volvió a ver cómo el tribunal militar, el 17 de septiembre, tras un intenso juicio donde la acusación se parapetaba en las pruebas falsas del informe secreto, volvía a salir victoriosa. Dreyfus era condenado por alta traición, otra vez. No obstante, esta vez no era por unanimidad y el juez principal, Waldeck-Rousseau, consciente de lo inaudito de la sentencia y de la repercusión nacional e internacional del caso, decidió optar por una solución intermedia: el indulto. Dreyfus fue indultado el 19 de septiembre, pero manteniendo los cargos por alta traición.

Entre 1900-1906, Dreyfus siguió luchando por conseguir demostrar su inocencia y plena rehabilitación en la sociedad. El tribunal, esta vez civil, se la otorgó siete años después del indulto. Además, fue readmitido en el ejército con honores y ascendido al rango de comandante. No obstante, Dreyfus alegó que eso era injusto puesto que Picquart, quien tanto le había defendido y había pasado ocho años apartado del ejército como consecuencia de ello, fue readmitido con honores como ministro de la Guerra al haber contabilizado ese tiempo como años de servicio. Dreyfus falleció en 1935, irónicamente, siendo el último de todos los implicados del caso.

Un caso para la historia

Caricatura de Zola, caracterizado como un cerdo, en Musée des Horreurs una serie de caricaturas antidreyfusistas y antisemitas publicada en Francia entre 1899 y 1900. Wikimedia Commons.

Los doce años que duró el caso Dreyfus fueron de gran agitación social y política en la Francia finisecular. La trascendencia histórica no recae tanto en la injusticia que se había producido en su sentencia, sino en cómo el antisemitismo institucionalizado y la prensa demostraban la influencia que podían ejercer sobre la sociedad. Esto permitió que los «intelectuales» emergieran a finales del siglo xix como un grupo comprometido con los valores universales en nombre de los que interviene en el debate político. Así pues, el caso Dreyfus constituyó un acontecimiento político que impulsó un proceso más amplio en la configuración de la autonomía de los intelectuales, en un momento de transformación de las relaciones entre la sociedad y el poder por la irrupción política de las masas. Se pasó de un conflicto de identidad entre intelectuales y élites a una lucha interna entre intelectuales comprometidos e intelectuales que creían en la autonomía de su labor. De ahí, la importancia que tuvo y tiene el estudio del Caso Dreyfus.

El Caso Dreyfus en España
España no fue ajena a todo lo que sucedía en Francia esos años. El contexto nacional no difería mucho del país vecino: la crisis política, económica y militar afectaban a la sociedad. No obstante, los grandes periódicos como El Liberal, El Imparcial o La Correspondencia de España realizaron un tratamiento informativo de todas las noticias que llegaban. Cada uno tomó distintas formas de tratarlo: noticias, reportajes, crónicas, editoriales, artículos de opinión, etc. fueron un foco desde donde los intelectuales españoles colaboraban a difundir sus ideas, generalmente, a favor de la inocencia de Dreyfus. De esta manera, el caso Dreyfus fue seguido como un caso de gran interés entre la minoría de la población alfabetizada y la prensa se convirtió en un espacio abierto de participación para la intelectualidad.

Dreyfus, de pie mirando a la izquierda, rehabilitado como militar (1906). Wikimedia Commons.

Para ampliar:

Bon, Denis, 2016: El Caso Dreyfus, Dublín, Editorial de Vecchi.

Caballos Bejano, María de Gracia, 2002: El «affaire» dreyfus: un caso de xenofobia y antisemitismo en los albores del siglo xx. Implicaciones políticas y literarias en la prensa francesa. Philologia Hispalensis 16 (1), 37-71.

Fuentes Garzón, Sara, 2019: El caso Dreyfus: Intelectuales y prensa española de 1898, en Historia y comunicación social 24 (2), 713-726.

Historiador por la Universidad de Alicante. Dirige el proyecto de divulgación Bigotes y Brulotes centrado en la Revolución Griega de 1821. Colabora con la Asociación Fussiliers-Chausseurs, La Biblioteca de Clío y fue colaborador del proyecto de investigación «Guerra e Historia Pública».

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