La realeza femenina era complementaria a la masculina y no podía existir una sin la otra. Sin la reina se corría el riesgo de que el caos se apoderara del país, aunque su figura se mantenía siempre a la sombra del faraón. Pese a ello, el poder de algunas de estas mujeres fue tal, que incluso llegaron a sentarse en el trono de las Dos Tierras, gobernando el país como Horus femenino.
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