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«O con tu escudo o sobre él». Las mujeres espartanas entre el mito y la realidad

El papel social de las mujeres en Esparta ha sido analizado, criticado o ensalzado por diferentes autores desde el siglo v a. C. hasta la actualidad, lo que ha llevado a que el conocimiento que tenemos sobre las espartanas se encuentre en un difícil equilibrio entre el mito y la realidad.

En el año 396 a.C., la espartana Cinisca se convirtió en la primera mujer en ganar unos Juegos Olímpicos tras vencer en la categoría de carrera de cuadrigas; hazaña que repitió cuatro años después. Este ejemplo basta para darnos cuenta de que la realidad de las mujeres espartanas no era la habitual en las ciudades griegas. De esa singularidad dieron buena cuenta los autores clásicos, que ya desde Platón y Aristóteles se mostraron sorprendidos, e incluso indignados, con esa situación. Hablaban de mujeres libertinas, independientes y poderosas. Alguno hasta se atrevió a decir que gobernaban sobre sus maridos. Pero ¿qué hay de cierto en esto? ¿Hasta dónde llegaba la libertad de las espartanas?

Madres y guardianas de los valores colectivos

Nuestra visión de las mujeres en Esparta está muy condicionada por el marco general del «espejismo espartano», un espacio en el que se confunde la realidad con el mito y la idealización. En el caso de la situación femenina es especialmente complejo, pues la práctica totalidad de las fuentes provienen de autores masculinos no espartanos. No podemos saber cómo se veían las mujeres a sí mismas, pero tampoco cómo las veían sus compañeros varones. A pesar de esas dificultades, se han podido marcar las claves que explican su papel en la sociedad espartana.

Las mujeres en Esparta eran concebidas, principalmente, como madres y guardianas de los valores colectivos. Así son representadas continuamente. El primer aspecto es, en buena medida, común a las mujeres del resto de Grecia, donde la procreación y crianza también eran de gran importancia en el rol social de las mujeres. Sin embargo,  las características propias de la ciudad hacían que la maternidad se viviera de una forma diferente. El segundo aspecto ya muestra más la influencia que podían tener las mujeres en el conjunto de la sociedad, que puede resumirse en la famosa frase que, al parecer, las madres espartanas dirigían a sus hijos cuando iban a partir a la guerra: «O con tu escudo o sobre él».

Territorio de Esparta en la época clásica ©Rowanwindwhistler/Wikimedia Commons.

El mito de Esparta
Intentar conocer Esparta implica moverse continuamente entre el mito y la realidad. A lo largo de la historia se ha ido creando un mito adaptado a diferentes contextos y necesidades ideológicas. Una utilización de Esparta que, por supuesto, ha dejado su rastro en la cultura popular.
El mito empezó a construirse en el periodo helenístico. En un momento de decadencia para Esparta se fue construyendo la idea de una ciudad singular con un sistema político único dentro del mundo griego. A esta idealización contribuyó, seguramente como ningún otro, Plutarco, que en época imperial resaltó la superioridad del sistema y los valores espartanos en obras como Vidas Paralelas o las Moralia.
A partir del siglo xvi, Esparta se tomó como referente de las utopías occidentales, resaltando valores como el comunismo de bienes o la limitación del lujo y el comercio. Mientras que en el xviii se resaltaron otros valores, como la disciplina, el respeto a las leyes o la importancia del patriotismo.
Ya en el siglo xx, Esparta llegó a ser usada por dos modelos antagónicos. Por un lado, los nazis la reivindicaban desde una visión militarista y totalitaria, tomándola como referencia para su idea de superioridad racial. Asignando a Esparta unas características que no tuvo nunca. Por otro, desde posiciones de izquierdas se reclamó el modelo igualitario de los espartanos e incluso la independencia de sus mujeres. Simone de Beauvoir tomó a las espartanas como referentes de liberación femenina. Obviando en ambos casos la minoría que representaban los ciudadanos espartanos.
Incluso en la actualidad podemos ver la influencia de Esparta en nuestra cultura popular. La película 300 (Zack Snyder, 2006) marcó un hito, recuperando una visión que se ajustaba a los intereses geopolíticos del momento. Las Termópilas como choque entre Oriente y Occidente. Hoy podemos encontrar referencias a Esparta con cierta facilidad: gimnasios, clubes deportivos, cuentas en redes sociales… Esparta sigue viva en nuestra cultura popular. Eso sí, recorriendo por ella un camino diferente al de la investigación académica.

Una educación para formar espartanas

Figurilla que representa a una espartana corriendo (c. 520-500 a. C.). ©Caeciliusinhorto/Wikimedia Commons.

Pero mejor empecemos por el principio. Al nacer, los niños espartanos eran sometidos a revisión por parte de los ancianos de la ciudad, que se encargaban de comprobar si estaban sanos o abandonarlos en caso de no estarlo. Una práctica muy llamativa, y ampliamente conocida, que no afectaba a las niñas. Tras ese primer paso, niños y niñas eran criados hasta los siete años de forma conjunta en el núcleo familiar, aunque eran las madres las principales responsables en esta fase de crianza. Una tarea que debieron desempeñar con gran habilidad, pues la fama de las madres y nodrizas espartanas trascendía las fronteras de la ciudad y se extendía por toda Grecia.

Cumplidos los siete años, los niños dejaban sus casas e iniciaban la agogé, la educación estatal que, a partir de ese momento, y hasta que se convirtiesen en adultos ciudadanos de pleno derecho, los mantenía conviviendo con sus compañeros de armas. Las niñas, por su parte, seguían viviendo con su familia, pero de la misma manera iniciaban un periodo educativo regulado por el Estado. Así, organizadas en grupos de edad, aprendían a leer y escribir, aunque la mayor parte de su educación estaba volcada hacia la música, el canto y las danzas corales. Conforme iban creciendo profundizaban en esos aspectos bajo la tutela de una muchacha de mayor edad y de un poeta. A través del canto, la música y la poesía, las espartanas iban interiorizando su posición social y los valores colectivos que después ellas mismas se encargarían de transmitir.

Si ese planteamiento educativo ya era llamativo en el resto de Grecia, la sorpresa era mayúscula al ver que también se incluía la educación física. Las muchachas espartanas también entrenaban y participaban en pruebas atléticas, compartiendo el espacio público con los hombres. Según algunos autores hasta competían desnudas, como era habitual en ellos. Pero si no, al menos semidesnudas, siendo famosas por sus atuendos, unas túnicas cortas que dejaban los muslos al descubierto. Un escándalo para los hombres del resto de Grecia. En todo caso, esta educación física estaba muy vinculada al papel que las mujeres tenían como madres, pues se entendía que si ellas se mantenían en forma darían a luz hijos fuertes. El sustrato que Esparta necesitaba para mantener su poderoso ejército.

Pero además de esta educación singular, parece que las espartanas no se vieron totalmente ajenas a las costumbres más extendidas entre las mujeres de otras partes de Grecia. Por ejemplo, el trabajo de la lana era una práctica muy vinculada a las mujeres, en la que tradicionalmente se pensaba que las espartanas no participaban. Una creencia que han desmentido los trabajos arqueológicos en Esparta.

Jóvenes espartanos ejercitándose (Edgar Degas, c. 1860). Wikimedia Commons.

Las mujeres ante los dioses

Las espartanas también vivían una situación más similar a la de las mujeres del resto de Grecia en el ámbito religioso. Este era el espacio público en el que las mujeres tenían mayor protagonismo. Así, por ejemplo, podemos mencionar la festividad ateniense de las Panateneas, protagonizadas por mujeres, o el importante papel que jugaba la Pitia, sacerdotisa de Apolo en Delfos, para todo el mundo griego. En Esparta ese protagonismo no era menor. Las mujeres ocupaban un importante papel en las grandes festividades de la ciudad. Como en las Jacintias, celebradas en honor a Apolo, donde las doncellas desfilaban subidas en carretas de juncos. También gozaban de gran protagonismo en el ejercicio del sacerdocio, hasta el punto en que todas las inscripciones halladas en Esparta aluden a sacerdotisas. En la actualidad no tenemos constancia de que ningún hombre ejerciese dichas labores a excepción de los reyes.

Del «rapto» a la vida en matrimonio

Cuando llegaban a los veinte años, aproximadamente, las jóvenes espartanas entraban en la fase apropiada para contraer matrimonio. Una edad tardía si tenemos en cuenta que las atenienses se casaban en torno a los catorce. Al igual que en el resto de Grecia, en Esparta el matrimonio era un pacto entre hombres. Eran el padre y el futuro marido los responsables de dicho trámite, sin que la voluntad de la futura esposa fuese formalmente necesaria. La mayor o menor influencia que ciertas mujeres pudiesen tener en ese proceso de elección respondía a variables difíciles de comprobar.

Mujer trabajando la lana, c. 480-470 a. C. ©Μαρσύας/Wikimedia Commons.

Una vez pactado el matrimonio, sin aportación de dote, la nueva familia se articulaba en función de las necesidades del marido. La propia ceremonia del matrimonio consistía en un rapto simbólico, en el que el hombre dejaba patente su dominio sobre el cuerpo femenino. Una vez «raptada», la novia era recibida por una mujer que se encargaba de raparla y vestirla con ropas masculinas. Un ejercicio de travestismo ritual articulado en base a las necesidades del esposo, que a partir de ese momento iba cambiando sus prácticas sexuales, de las homosexuales de su juventud a las heterosexuales de la vida adulta.

Durante un tiempo indeterminado, la nueva pareja únicamente mantenía encuentros furtivos, mientras el marido seguía viviendo con sus compañeros de armas. El inicio de la convivencia solía ocurrir cuando el marido llegaba a los treinta años, momento en que adquiría todos sus derechos políticos.

La esposa, que hasta ese momento se encontraba bajo la tutela de su padre, pasaba ahora a la tutela de su marido. Igual que en el resto de ciudades griegas, en Esparta las mujeres eran consideradas, en cierta medida, menores de edad durante toda su vida, por lo que mantenían siempre asignado un kyrios, tutor masculino. Aun cuando los márgenes de libertad de las espartanas eran notablemente mayores, gracias principalmente a su capacidad de ocupar el espacio público y de gestionar sus propios bienes.

Los continuos entrenamientos y las campañas militares mantenían a los hombres fuera de casa durante amplios espacios de tiempo, por lo que se suele entender que las mujeres pasaban buena parte de su vida conviviendo entre ellas y con los niños y niñas a los que se encargaban de criar. Su vida cotidiana se dedicaba así a actividades como la crianza, la gestión del hogar, el entrenamiento físico o el desempeño de labores religiosas.

Uno de los aspectos que más ha llamado la atención de la vida de las espartanas ha sido su supuesta libertad sexual. Esa creencia se asienta sobre la posibilidad que tenían las mujeres de mantener relaciones sexuales con otros hombres aun estando casadas, además de las escasas penas que conllevaba el adulterio. Situación diametralmente opuesta a la ateniense, donde tal delito era uno de los pocos que justificaba el asesinato de un ciudadano sin pasar por un tribunal. ¿Pero hasta qué punto esas prácticas eran fruto de la libertad sexual? En la actualidad podemos decir que poco. Las relaciones sexuales de las mujeres casadas con otros hombres requerían el previo consentimiento de su marido y estaban enfocadas a la procreación de hijos, bien por el interés de la ciudad (proporcionar más ciudadanos y guerreros) o por intereses económicos (como el mantenimiento o la apropiación de una herencia). Así, más que de libertad sexual, hablamos del papel de las espartanas como procreadoras de futuros ciudadanos.

El poder femenino en el mundo griego
La situación de las mujeres en el mundo griego era muy diferente entre unas ciudades y otras. El protagonismo público de las espartanas se contraponía con el desplazamiento casi total al espacio privado que vivían las atenienses. Sin embargo, la tendencia general tendía a excluir a las mujeres de los espacios públicos, privarlas de derechos políticos y someterlas a la autoridad de un tutor masculino durante toda su vida.
La única excepción era el ámbito religioso, donde las mujeres podían sortear parte de esas limitaciones. Con la ocupación de cargos sacerdotales las mujeres ganaban en independencia, proyección pública e incluso poder económico. Así, las sacerdotisas podían emprender acciones legales o gestionar sus bienes con menos limitaciones. Un ejemplo conocido fue Euxenia de Megalópolis, sacerdotisa de Afrodita, cuyas acciones evergéticas conocemos gracias a la arqueología.
En la época helenística tomaron también protagonismo las mujeres pertenecientes a la realeza. De ellas se destacaban sus acciones benefactoras con las ciudades, aunque a veces también se las situaba en contextos antes impensables. Así, Arsínoe, hermana de Ptolomeo IV, es mencionada arengando a las tropas antes de la batalla de Rafia.
En general, las mujeres griegas vivieron una situación de exclusión en la toma de decisiones, tanto en el ámbito político como en el desarrollo de su propia vida. A pesar de ello, ciertas mujeres consiguieron aprovechar su posición social y su poder económico para ganar mayores márgenes de libertad e independencia.

Poder económico e ¿influencia política?

Tetradracma en plata de Ártemis, data del período 235 al 222 a. C., de un lado y del otro las iniciales «A», de la diosa, y «Λ» (L), de Lacedemón. Wikimedia Commons.

Hasta ahora hemos hablado del papel social de las mujeres espartanas, como madres y defensoras de los valores colectivos, y como este le permitía mayores márgenes de libertad y cierta influencia pública. Sin embargo, la relevancia social es una categoría difícil de medir en abstracto, al contrario que la capacidad económica. Las espartanas gozaban de dos importantes derechos que las respaldaban en la defensa de sus intereses: la capacidad de heredar y de administrar sus bienes.

Por un lado, en Esparta funcionaba el sistema de herencia denominado «universal femenino», según el cual las mujeres eran participes de los bienes heredados, recibiendo la mitad de lo que les correspondía a sus hermanos. Esto marca una importante diferencia con otras ciudades griegas, donde las mujeres solo recibían de sus progenitores la dote, que no podían administrar.

Por otro, las espartanas tenían capacidad para gestionar su propio patrimonio y, probablemente, de invertirlo según sus intereses. Es interesante volver a recordar en este punto a Cinisca, la campeona olímpica, que dedicó su riqueza a la cría de caballos. Una actividad bastante costosa, en especial cuando se enfocaba a la competición. Ponía así de manifiesto no solo los amplios márgenes de independencia femenina, sino también la riqueza que llegaron a acumular.

De hecho, el sistema de herencia «universal femenino» y la constante disminución del número de ciudadanos de Esparta provocó que las mujeres acumulasen un gran poder económico. En un contexto general de concentración de la riqueza y la propiedad, las mujeres salieron beneficiadas. En el siglo iv a.C., Aristóteles decía que dos quintos de las tierras de Esparta pertenecían a mujeres, mientras que Plutarco afirmaba que en el siglo iii a.C. las personas más ricas de la ciudad eran mujeres.

Una mujer espartana entrega un escudo a su hijo (Jean Jacques François Le Barbier, 1805). Wikimedia Commons.

En este punto llegamos al tema seguramente más polémico: ¿Cuál era la capacidad de influencia social y política de las mujeres espartanas? Realmente es difícil de calibrar. Como hemos ido viendo, las espartanas tenían un importante papel social y se las reconocía como sabias consejeras. Baste recordar a la reina Gorgo, esposa de Leónidas I, representada aconsejando sobre cuestiones políticas tanto a su padre como a su marido. Pero, como ya hemos apuntado antes, esa influencia más difusa es difícil de evaluar. Fue cuando las mujeres acumularon mayor poder económico cuando vemos con más claridad una creciente influencia en el ámbito político.

Durante el periodo helenístico existen varios ejemplos de espartanas poderosas, principalmente las vinculadas a la realeza, que influían en el ámbito político. De esta manera, nos encontramos a Agesístrata, madre de Agis IV, que al parecer contó con unas tupidas redes clientelares que le permitían influir en los asuntos públicos. Así como con Cratesilea, madre de Cleómenes III, que jugó un papel fundamental en la búsqueda de aliados entre la élite espartana que apoyasen las reformas de su hijo. O Apega, esposa del rey Nabis, que llegó a encargarse directamente de la recaudación de tributos a las mujeres de Argos.

Libertad controlada

En definitiva, las espartanas contaban con mayores márgenes de libertad e influencia que las mujeres de otras ciudades griegas, especialmente si las comparamos con las atenienses. Pero, aun así, la sociedad de Esparta era profundamente patriarcal. En ningún momento podemos hablar de una sociedad igualitaria, pues, como hemos visto, las mujeres se encontraban supeditadas a un tutor masculino y no participaban de la toma de decisiones políticas ni, por supuesto, podían ocupar cargos públicos.

De la misma manera, el protagonismo y la influencia de las espartanas eran coherentes con la sociedad y los valores de Esparta, cuando participaban públicamente no lo hacían para rebelarse o modificar el sistema sino participando de él o incluso reforzándolo. Gorgo, Cinisca o Cratesilea son mujeres poderosas en contextos muy diferentes, pero actúan de forma coherente con su época y entorno. Y en ese marco defienden sus intereses personales y colectivos. Esa actitud podía ser sorprendente en Atenas, pero era perfectamente razonable en Esparta.

Las otras espartanas
Cuando hablamos de las espartanas nos solemos ocupar de aquellas que integraban el cuerpo ciudadano. Estas conformaban una élite jurídica, social y económica que se incluía, junto a los hombres, en el grupo social de los espartiatas. Aunque dentro del mismo siguiesen existiendo diferencias de género e incluso económicas. ¿Pero qué pasaba con las mujeres de los otros grupos sociales?
Las mujeres periecas formaban parte de la población libre no ciudadana. Su modo de vida variaba mucho en función de su nivel económico, pues dentro de este grupo social encontramos desde grandes propietarios a pequeños labradores sin tierra. Las pertenecientes a sectores más empobrecidos probablemente se dedicaban al trabajo de la tierra junto a sus maridos. Además de las tareas asociadas a las mujeres en el mundo griego como la crianza, las tareas domésticas, el trabajo de la lana o la molienda. Las más enriquecidas, por el contrario, se dedicarían enteramente al hogar, centradas en la crianza, el tejido y organizando el trabajo de los esclavos domésticos.
Se tiende a pensar que las mujeres de la élite perieca vivían en una situación similar a las mujeres de otras zonas de Grecia. Sin embargo, sabemos que dicha élite imitaba en muchos aspectos el modo de vida espartiata, por lo que tampoco sería extraño que las periecas se viesen influidas por las costumbres de las ciudadanas. Por desgracia los datos actuales no permiten esclarecer su situación.
Las mujeres hilotas, pertenecientes al sistema de esclavitud espartano, se encargaban principalmente, junto a los hombres, del trabajo de las tierras pertenecientes a los espartiatas. Dentro de este grupo social encontramos pocas diferencias internas. Normalmente vivían en aldeas diseminadas por el territorio en el que trabajaban, pero una parte lo hacía en la propia ciudad. Estas se encargaban de las tareas domésticas en las casas de los ciudadanos.

Ruinas del teatro de Esparta. ©Nickthegreek82/Wikimedia Commons.

Para ampliar:

Fornis Vaquero, César, 2016: Esparta. La historia, el cosmos y la leyenda de los antiguos espartanos, Sevilla, Editorial Universidad de Sevilla.

Picazo Gurina, Marina, 2008: Alguien se acordará de nosotras. Mujeres en la ciudad griega antigua, Barcelona, Bellaterra.

Pomeroy, Sarah, 2002: Spartan Women, New York, Oxford University Press.

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Graduado en Historia y Máster en Estudios Históricos Avanzados con especialidad en Historia Antigua. Interesado en Esparta, el mundo helenístico y la conflictividad social.

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