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La Esparta «revolucionaria»

Durante el periodo helenístico, el mundo griego vivió un importante aumento de la conflictividad social originada por la concentración de la riqueza y de la propiedad de la tierra. Esparta, la antaño conservadora polis, se convirtió en el paradigma griego de la reforma social cuando ordenó la abolición de deudas y el reparto de tierras. 

Cuando hablamos de Esparta es bastante frecuente que la recordemos por ser el paradigma de estado oligárquico, por su poderoso ejército, por su papel en la batalla de las Termópilas o por su victoria en la guerra del Peloponeso. Sin embargo, la Esparta helenística distaba mucho de ser la potencia de antaño. Una serie de factores internos y externos la habían convertido en una ciudad débil y aislada. A pesar de sus singularidades, la base de sus problemas se encontraba en una dinámica general del mundo helenístico: el proceso de concentración de la riqueza y de la propiedad de la tierra.

El polvorín helenístico

La figura de Alejandro Magno marcó un antes y un después en la historia del mundo griego. Aunque a su muerte el imperio que había formado no pudo mantenerse unido, buena parte de su legado sobrevivió en los reinos que formaron sus generales. Lo que conocemos como periodo helenístico se caracterizó, entre otras cosas, por ampliar las fronteras del mundo griego y trasladar la centralidad de la política internacional de las ciudades-estado a los grandes reinos territoriales y las ligas de ciudades.

Estas novedades políticas también alteraron la economía. Aumentó el comercio, así como la circulación y utilización del dinero, pero también lo hicieron las guerras, la piratería y el bandidaje. A nivel general, se vivió un proceso de concentración de la riqueza y de la propiedad de la tierra. Además, en las ciudades griegas, a las consecuencias económicas de este proceso se sumaron las jurídicas, pues en muchos casos la pérdida de la propiedad de la tierra implicaba también la pérdida de los derechos ciudadanos. Y aun cuando no, la precarización de las condiciones de vida impedía, en la práctica, ejercer dichos derechos.

Así, la conflictividad social, procedente de los sectores desposeídos, aumentó hasta convertirse, como mínimo, en una variable a tener en cuenta. Las revueltas fueron constantes, articuladas la mayor parte de ellas en torno a dos reivindicaciones: abolición de deudas y reparto de tierras. Estas eran, en palabras de Tito Livio, «las dos antorchas con las que los revolucionarios inflamaban a la plebe contra la aristocracia».

Una Esparta en decadencia

Este proceso también afectó a Esparta, sumándose a unas dinámicas internas que ya habían ido afectando al funcionamiento de la ciudad. Como polis oligárquica por antonomasia, Esparta tenía un cuerpo cívico bastante reducido, integrado por unos ciudadanos propietarios de tierras dedicados al ámbito militar. Perder ese estatus privilegiado era relativamente fácil, mientras que acceder a la ciudadanía era casi imposible.

Esto dio lugar a un problema que acompañó a Esparta durante toda su historia: la oligantropía. La constante reducción del número de ciudadanos. Un proceso que venía de largo, pero que se incrementó de forma dramática durante los siglos iv y iii a. C. fruto de una serie de derrotas militares y de la concentración de la propiedad de la tierra y la riqueza, que llevó a que muchos ciudadanos perdiesen su condición por causas económicas.

De esta manera, según Plutarco, a mitad del siglo iii a. C. había en Esparta aproximadamente setecientos ciudadanos. Cien de ellos eran grandes terratenientes, mientras el resto mantenían pequeñas propiedades o conservaban su estatus gracias a su trabajo como mercenarios fuera de la ciudad. Esta situación afectaba a los grupos de población desposeídos, pero también dificultaba el funcionamiento institucional e impedía que Esparta pudiese llevar a cabo una política exterior activa. La reforma social se hizo necesaria.

El sistema político espartano
Cuando nos acercamos a la historia del mundo griego, rápidamente podemos identificar a Esparta como el modelo de polis oligárquica por antonomasia, de la que se suele destacar la estabilidad de sus instituciones. Y es cierto que estas consiguieron mantener un cierto equilibrio oligárquico, pero estuvieron lejos de permanecer tan inamovibles como se suele pensar.
La más antigua de sus instituciones era la diarquía: dos tronos para dos dinastías diferentes, Agíadas y Euripóntidas. Aunque en sus primeros momentos gozaban de gran poder, los diarcas fueron perdiendo competencias hasta ocuparse solo de tareas religiosas y militares. Frente a los diarcas fueron ganando peso los éforos, magistrados electos anualmente que consiguieron acumular un enorme poder. De ahí el interés en acabar con ellos durante el periodo helenístico.
Por su parte, la gerousia, un consejo que reunía a veintiocho ancianos y a los dos reyes, fue la institución más estable y que con más claridad representó el carácter oligárquico de Esparta. Ahí se juzgaban los casos más graves y se proponían los acuerdos que debía ratificar la apella o asamblea. Esta última reunía a todos los ciudadanos y se encargaba de ratificar o no dichos acuerdos.

Agis IV y los primeros intentos de reforma

En el año 244 a. C., Agis IV accedió al trono euripóntida. El nuevo diarca entendió desde el primer momento la necesidad de emprender reformas que solventasen los problemas de la ciudad. Así, buscó apoyos entre la élite espartana, con la intención de que estas fuesen aprobadas siguiendo los cauces institucionales. Para ello contó con el apoyo de Agesístrata y Arquidamia, su madre y abuela respectivamente, así como dos de las personas más ricas de la ciudad.

De esta manera, en torno a Agis IV se fue formando una facción partidaria de emprender reformas sociales, mientras que, de manera paralela, se articuló otra en torno al diarca agíada, Leónidas II, contraria a cualquier alteración del statu quo. Y su primer choque vino cuando Agis presentó sus ideas.

La propuesta de Agis IV buscaba la abolición de deudas y el reparto de tierras, 4500 lotes para nuevos ciudadanos y 15 000 para periecos. Al mismo tiempo, pretendía recuperar las syssitia (comidas comunes entre los ciudadanos) como institución social central.

La proposición generó una importante división entre partidarios y contrarios a las reformas. En medio de la sucesión de intervenciones, los miembros más destacados de la facción reformadora pusieron a disposición del Estado sus propiedades para que fuesen repartidas, empezando por el mismo Agis IV. Pero a pesar de ello, las reformas del rey fueron rechazadas por un estrecho margen de diferencia.

Tras la derrota en la votación, Agis IV y su facción emprendieron una doble ofensiva para conseguir imponerse. Por un lado, recurrieron al pasado idealizado como gran argumento: las reformas buscaban restituir las leyes de Licurgo (el mítico legislador espartano), cuyo abandono había traído la decadencia de la ciudad. En ese sentido, cualquiera que se opusiera a las mismas no era sino un elemento corruptor de las tradiciones espartanas. Por otro, se forzaron las instituciones para descabezar a la facción contraria a las reformas: se intentó juzgar a Leónidas II por haber ofendido a los dioses y ante su negativa a acudir al juicio, fue depuesto y sustituido en el trono por su yerno Cleómbroto.

Una vez controladas las principales instituciones, se comenzaron a aplicar las reformas, aunque de forma parcial. La abolición de deudas se llevó a cabo rápidamente, quemando los recibos de los acreedores en el ágora, pero el reparto de tierras se fue retrasando. Muchos de los miembros de la élite que habían apoyado a Agis IV se beneficiaron de la abolición de deudas, pero el reparto de tierras les perjudicaba y cuando llegó el momento de aplicarlo expresaron sus reticencias.

En medio de esa situación, llegó el momento en que el rey tuvo que salir de la ciudad para apoyar a sus aliados de la Liga Aquea. Sin embargo, la expedición duró poco porque el líder aqueo, Arato, que no veía con buenos ojos las reformas aplicadas por Agis IV, rechazó la ayuda espartana. Temía el posible contagio «revolucionario» que podía surgir del contacto de los espartanos con las tropas del resto de ciudades y con unas masas que tenían muy presentes las reivindicaciones de abolición de deudas y reparto de tierras.

A su regreso a Esparta, Agis IV encontró una situación muy desfavorable. El retraso continuado en la aplicación del reparto de tierras y la actitud despótica de algunos líderes de la facción reformadora llevaron a que el sector más conservador de la élite espartana consiguiese reponer a Leónidas II en el trono. A partir de ahí se desencadenó la represión contra Agis IV y sus partidarios. Apenas tres años después de su ascenso al trono, el mismo rey fue encarcelado, juzgado y ejecutado a toda prisa. Se convirtió en el primer diarca espartano en sufrir la pena capital.

La muerte de Agis (Nicolas André Monsiau, 1789). Wikimedia Commons.

Cleómenes III: una esperanza fallida

Hubo que esperar a la muerte de Leónidas II para que se volvieran a plantear reformas en la ciudad, algo que hizo su propio hijo y sucesor en el trono agíada: Cleómenes III. El nuevo diarca mostró un gran interés por los planteamientos de Agis IV, influido por su esposa Agiatis, que también lo había sido del depuesto rey, y por el filósofo estoico Esfero de Borístenes, que ocupó un importante papel como consejero.

A la vista de las dificultades que entrañaba emprender una política de reformas, Cleómenes III decidió reforzar su posición. Por un lado, comenzó a formar una facción dentro de la élite espartana que le diese apoyo, proceso en el que su madre, Cratesilea, jugó un papel muy destacado. Por otro, recurrió a un mecanismo tradicional de los reyes espartanos para reforzar su posición interna: dirigir una política exterior exitosa. Dio comienzo así a la llamada guerra cleoménica, que se alargó durante todo su reinado, contra la Liga Aquea.

Una vez Cleómenes III consideró que tenía los apoyos suficientes, y aprovechando el buen curso de la guerra, volvió a Esparta y asesinó a los éforos, los principales opositores a sus planteamientos. Reunió a la asamblea y proclamó unas reformas que empezarían a aplicarse, al completo, desde el primer momento.

Las reformas de Cleómenes III fueron más ambiciosas que las de su predecesor y en ellas ya podía verse un intento global de transformar el estado espartano y adaptarlo al nuevo contexto, aunando sus propias tradiciones y la construcción de un reino helenístico.

Siguiendo el precedente de Agis IV, las deudas quedaron abolidas y se repartieron 4 000 lotes de tierra para nuevos ciudadanos. Al igual que se revitalizaron las syssitia. Pero, además, se reformó la agoge (sistema educativo) y el ejército, adoptando un armamento al estilo macedonio; y, a nivel institucional, se abolió el eforado y se redujeron las competencias de la gerousia, principales bastiones oligárquicos. Por el contrario, la diarquía pasó a concentrar mayores poderes.

Aplicadas las reformas, Cleómenes III volvió a salir de Esparta, ahora al frente de un ejército reforzado y exultante, para protagonizar lo que podríamos denominar casi un paseo triunfal. Las victorias ante el ejército aqueo se unieron a la escasa resistencia que presentaron la mayoría de las ciudades. Algunas, como Corinto, incluso expulsaron a los aqueos y se entregaron. Las reformas que el rey había llevado a cabo en Esparta fueron vistas con buenos ojos por los sectores desposeídos del Peloponeso y por parte de las élites ciudadanas con inclinaciones más populares, que vieron la llegada de los espartanos con cierta esperanza.

Tetradracma de plata con la efigie de Cleómenes III, datado entre 227-222 a. C. Wikimedia Commons.

Sin embargo, la llegada del rey no cambió nada, pues no mostró ningún interés por aplicar reformas más allá de las fronteras de su polis. Algo que generó un importante descontento. Así, cuando Macedonia entró en la guerra para apoyar a una Liga Aquea prácticamente desarticulada, las tornas cambiaron para los espartanos. El avance del poderoso ejército macedonio y la escasa motivación que tenían las ciudades del Peloponeso para mantenerse junto al rey espartano llevaron a una cascada de defecciones.

En poco tiempo, Cleómenes III se vio acorralado dentro de los límites de la polis espartana y decidió jugarlo todo a una carta. Así, en el 222 a. C., se enfrentó a los macedonios en la batalla de Selasia. Un cruento enfrentamiento que se saldó con la derrota espartana y la entrada, por primera vez en la historia, de un ejército extranjero en Esparta. Tras el triunfo, los macedonios abolieron las reformas de Cleómenes III y él mismo se vio obligado a exiliarse en Alejandría. Aunque su intención era regresar a Esparta cuando la situación fuese propicia, el rey no volvió a pisar su tierra.

El estoicismo y las reformas sociales
La filosofía estoica, surgida en el siglo iv a. C., derivó en la Antigüedad en una gran pluralidad de concepciones ideológicas, la mayoría de ellas con claros tintes utópicos. Algo favorecido por creencias tales como que los humanos están emparentados entre sí o que la bondad es el estado natural de las cosas.
En la mayoría de los casos esas reflexiones quedaron en el ámbito teórico, pero en algunos otros se plasmó políticamente. Así sucedió con Esfero de Borístenes, consejero de Cleómenes III. Algo similar ocurrió también en la Roma del siglo ii a.C., cuando el estoico Blosio de Cumas jugó un importante papel como tutor y consejero de los hermanos Graco, que también plantearon la idea del reparto de tierras. De ellos podemos destacar su Lex Sempronia agraria, en la que se establecía un límite a la extensión de tierra que un ciudadano podía poseer, así como la obligación de  ceder para su reparto todo el terreno que excediese el límite.
Pero, como decimos, estos fueron casos excepcionales. La mayoría de los planteamientos utópicos quedaron como reflexiones teóricas. Además, otros principios estoicos como la creencia en la providencia o la defensa del desarrollo personal a través del estudio llevaron a interpretaciones ideológicas muy distintas e incluso opuestas.

Una pausa en el camino de la reforma

Con Cleómenes destronado y en el exilio, Esparta se vio sin reyes durante el breve periodo que va del 222 al 219 a. C., momento en que los éforos acumularon todo el poder. Solo tras la muerte del rey exiliado se procedió a elegir nuevos diarcas: Licurgo en el trono euripóntida y Agesípolis III en el agíada. Aunque esto no duró mucho. En algún momento de su reinado, Licurgo aprovechó la juventud de su colega para destronarlo y acabar con la diarquía. De ahí en adelante, el poder espartano recayó en un solo monarca.

A nivel interno existía una fuerte tensión entre los sectores más oligárquicos y los partidarios de recuperar la política de reformas. Esto se plasmó, por ejemplo, en la revuelta de Quilón, que intentó tomar el poder prometiendo recuperar el programa cleoménico. Si bien consiguió asesinar a los éforos, no logró capturar a Licurgo y acabó fracasando en su objetivo.

Los reinados de Licurgo y su sucesor, Macánidas, se caracterizaron por el inmovilismo interno. Mantuvieron un cierto equilibrio dentro de la polis y dirigieron el descontento existente hacia la política exterior, logrando algunos éxitos moderados.

Mapa de Grecia al final del siglo III a.C. ©Marsyas (mapa); Willyboy (traducción)/Wikimedia Commons.

Nabis, un rey helenístico

En el año 207 a. C., Nabis ascendió al trono de Esparta con el firme objetivo de recuperar las reformas sociales y transformar la polis para adaptarla al nuevo contexto internacional.

Nabis fue el más ambicioso en sus reformas, aunando la tradición reformista anterior con un nuevo impulso helenizador propio. No buscó llevar a cabo unos cambios moderados ni intentó obtener la connivencia de la élite, sino que se comportó como un auténtico monarca helenístico.

De esta manera, el rey emprendió una dura represión contra los sectores de la élite que se le podían oponer. Buena parte de los ciudadanos más ricos fueron ejecutados o exiliados y sus tierras confiscadas. Pero, además de la represión directa, se cuidó de acabar con las instituciones más oligárquicas; tanto el eforado como la gerousia fueron abolidos. A partir de ese momento, la dirección del Estado pasaba a estar copada por familiares y colaboradores del rey.

En el plano económico, las deudas fueron abolidas de nuevo y se procedió a repartir las tierras confiscadas a la élite terrateniente. A pesar de no tener datos exactos, parece que los lotes repartidos en este momento fueron mucho más numerosos que en los reinados de Agis IV o Cleómenes III. Y, lo más destacado, abarcaron a grupos sociales mucho más diversos, incluyendo antiguos esclavos, mercenarios y extranjeros. A todos ellos también se les concedió la ciudadanía.

Tetradracma de plata con la efigie de Nabis, datado entre 207-192 a.C. British Museum.

Por último, no podemos dejar de mencionar el aspecto militar. El ejército fue reforzado con nuevos contingentes ciudadanos y mercenarios, se formó una flota y se emprendió un ambicioso plan urbanístico que, por primera vez, dotaba de una muralla a la ciudad de Esparta.

Aplicadas sus reformas, Nabis se planteó intervenir en el resto del Peloponeso. En el marco de la segunda guerra romano-macedónica consiguió tomar el control de Argos. Allí decidió, a imagen de lo que ya había hecho en Esparta, aplicar reformas sociales. Nada más entrar en la ciudad, comenzó la represión contra la élite argiva y la confiscación de sus tierras. Más tarde convocó una asamblea para aprobar la abolición de deudas y el reparto de tierras.

No obstante, esta situación no duró mucho. Una vez concluida la guerra, Roma quedó como árbitro y garante de la «libertad» de las ciudades griegas. Aunque Esparta había apoyado al bando latino durante el conflicto, Nabis era visto como una amenaza «revolucionaria». Un desafío para el statu quo socioeconómico y para la Liga Aquea, principal aliada de Roma, como fuerza dominante del Peloponeso. 

Para terminar con el problema, Roma, al frente de una coalición con varios estados griegos, emprendió la guerra contra Nabis. El conflicto no duró demasiado, pues poco podían hacer los espartanos frente a un ejército que casi triplicaba al suyo. La ciudad de Esparta fue sitiada y Nabis se vio obligado a buscar un acuerdo de paz.

Roma pretendía imponer, entre otras cuestiones, la reducción del territorio espartano únicamente a la región de Laconia, la cesión de todas las ciudades costeras, el desmantelamiento de la flota o la entrega a sus amos de los esclavos fugados que habían sido acogidos y liberados en Esparta. La dureza de las peticiones hizo que la asamblea espartana se negase a aceptarlas y empujó a Nabis a continuar la guerra. Una decisión que no pudo mantenerse mucho tiempo, viéndose al final obligados a ceder.

Tito Quincio concede la libertad a los griegos (Giuseppe Sciuti, 1879). Wikimedia Commons.

Esparta quedó aislada y debilitada. A pesar de ello, en el año 192 a. C. Alexémeno, un legado de la Liga Etolia, visitó la ciudad buscando el apoyo de Nabis para el nuevo conflicto internacional que se estaba gestando: la guerra romano-siria. Los etolios pretendían aprovechar el descontento del rey espartano hacia Roma para sumar un nuevo aliado al bando del Imperio seléucida. Sin embargo, de manera sorprendente y por motivos aún desconocidos, Alexémeno asesinó a Nabis en medio de unos entrenamientos militares. Un magnicidio del que no salieron bien parados ni el legado ni sus acompañantes, pues fueron masacrados por los espartanos.

Terminaba así el último intento de aplicar reformas sociales en Esparta. A la muerte de Nabis, Esparta se sumió en un caos interno, lo que aprovechó la Liga Aquea para invadir la ciudad y anexionársela. La más orgullosa de entre las polis griegas perdía también su independencia.

Agis, Cleómenes y Nabis vincularon el resurgir de Esparta como actor internacional y su adaptación al contexto helenístico con la aplicación de reformas sociales. Eso hizo que los sectores populares de muchas ciudades griegas mirasen a Esparta con cierta esperanza, a la par que les granjeó a estos reyes la enemistad de buena parte de las élites griegas, que no dudaron en calificarlos de «tiranos» y «revolucionarios». Unos apelativos en los que, seguramente, ellos no se habrían reconocido.

Revueltas en los reinos helenísticos
La conflictividad social fue una constante durante el periodo helenístico, no solo en las ciudades libres sino también en los grandes reinos territoriales. Pero en estos últimos entraban en juego también otros factores. En lugares como Egipto o el Imperio seléucida se mantuvieron las estructuras ya existentes, que pasaron a estar encabezadas por una élite grecomacedonia que gobernaba sobre una mayoría de pueblos no griegos.
Esto añadió mayor complejidad aún a las revueltas sociales. Centrándonos en el ejemplo de Egipto, la mayoría de sus conflictos tuvieron una base socioeconómica: elementos como la fuerte presión fiscal o la desaparición de algunas prácticas redistributivas fruto de las innovaciones económicas introducidas por los nuevos dirigentes. Pero algunos de estos conflictos se unieron al descontento de las élites autóctonas, que en ocasiones intentaron aprovechar la situación para recuperar el poder.
El caso más llamativo fue la gran revuelta de la Tebaida, que consiguió proclamar un estado faraónico independiente que se mantuvo entre los años 206 y 186 a.C. Pero no fue el único. Las revueltas en las que se unían factores económicos y el descontento hacia la élite grecomacedonia fueron frecuentes, especialmente en el sur de Egipto.

Para ampliar:

Fornis Vaquero, César, 2016: Esparta. La historia, el cosmos y la leyenda de los antiguos espartanos, Sevilla, Editorial Universidad de Sevilla.

Martínez Lazy, Ricardo, 1995: Rebeliones populares en la Grecia helenística, México D.F., Universidad Nacional Autónoma de México.

Oliva, Pavel, 1983: Esparta y sus problemas sociales, Madrid, Akal [original en checo de 1971].

Plutarco, 2010: Vidas paralelas VIII. Traducción e introducción de Carlos Alcalde Martíny Marta González González, Madrid, Gredos.

Graduado en Historia y Máster en Estudios Históricos Avanzados con especialidad en Historia Antigua. Interesado en Esparta, el mundo helenístico y la conflictividad social.

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