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Edad Antigua

Livia Drusila, el rostro femenino del poder

La vida de la primera esposa imperial romana fue un carrusel de emociones. Las alianzas políticas de su padre y su primer marido la colocaron en el lado equivocado de la historia, pero acabó convirtiéndose en la mujer más poderosa del mayor imperio de su tiempo.

El 30 de enero del año 59 a. C. nació ─casi con seguridad─ en Roma Livia Drusila. La Ciudad Eterna desconocía que, en ese momento, se estaba convirtiendo en la cuna de una de las mujeres más poderosas de un nuevo sistema de gobierno que sustituiría a la antaño gloriosa República romana que estaba llegando a su fin. Hija de Marco Livio Druso Claudiano y de Alfidia, pertenecía, por parte de su padre, a una de las más nobles y distinguidas familias romanas, la Claudia.

Muchos de sus ilustres antepasados fueron cónsules, censores y dictadores. Entre ellos se encontraban personajes destacados de la República, algunos controvertidos y tiránicos como el decenviro Apio Claudio, uno de los miembros comisionados para la redacción de las Leyes de las XII Tablas en el 451 a. C., que pretendió, según la leyenda romana, abusar de la joven e inocente plebeya Virginia. Otros, por el contrario, recibieron un gran respeto y veneración como el censor Apio Claudio el Ciego, quien, con su elocuencia y amor por la patria, logró que el Senado no aceptase la paz deshonrosa que ofrecía el rey Pirro en el 280 a. C.

Busto de Livia (ca. 31 a. C., Museo del Louvre). Wikimedia Commons,

No solo habían sobresalido por encima del resto varios de sus antecesores varones; también lo hicieron varias mujeres de la gens Claudia. Así, dejaron huella en la historia de Roma Claudia Quinta quien, difamada y calumniada por impudicia, puso su defensa en manos de la Magna Mater cuando su estatua era traída en barco a Roma durante la Segunda Guerra Púnica, en el 205 a. C. Su castidad fue confirmada por la diosa al dejar que Claudia pudiera tirar del barco que había encallado en el Tíber. Por el contrario, la fama de libertina de Clodia Metela parece que fue merecida, ya que tuvo numerosos amantes entre los que se encontraba el poeta Catulo, que se dirigía a ella con el nombre de Lesbia.

Por el prestigio de su familia paterna, pero también por su belleza e inteligencia, atributos que compartía con varias de sus antepasadas Claudias, Augusto, por entonces todavía llamado Cayo Julio César Octaviano, la hizo su esposa en el año 39 a. C. y se convirtió en la mujer más admirada y temida de la Roma de su tiempo. La boda supuso un antes y un después en su trayectoria vital, pues antes de conocer a su futuro marido la vida de Livia era muy diferente. De hecho, tiene los ingredientes de una novela de intriga con pinceladas románticas y dramáticas. Se podría decir que, si no hubiera sido un personaje real, habría sido inventada para ser protagonista de un relato literario.

En el lado equivocado de la historia

Durante su infancia y adolescencia, Livia soportó los avatares de ser la hija de un oportunista. Marco Livio Druso Claudiano aprovechaba los años turbulentos que se vivían al final de la República para su propio beneficio, vinculándose con los miembros del Primer Triunvirato formado por Pompeyo, César y Craso, pero cuando la alianza saltó por los aires se unió al bando pompeyano y acabó suicidándose tras la derrota sufrida en la batalla de Filipos en el 42 a. C., en la que Marco Antonio y Octaviano vencieron a los asesinos de César.

Un año antes de la muerte de su padre y poco después del asesinato de Julio César, se había casado ─a los quince años─ con Tiberio Claudio Nerón, primo suyo que casi le triplicaba la edad. El matrimonio había comenzado en un contexto político y familiar muy difícil. A ello se añadía la constitución de otro nuevo Triunvirato que dirigía los destinos de Roma y que estaba formado por Marco Antonio, Octaviano y Lépido. Al igual que había ocurrido con su padre, el marido de Livia eligió el bando equivocado y se alineó junto a Marco Antonio frente a Octaviano.

Tiberio Claudio Nerón y Livia Drusila pronto tuvieron su primer hijo que recibió el mismo nombre que su padre. El destino burlón y cruel los hizo protagonistas de una situación paradójica poco después de la finalización de la Guerra de Perusia, en el 40 a. C., en la que Octaviano había vencido al hermano y a la mujer de Marco Antonio, Lucio Antonio y Fulvia. Estos habían alentado una fuerte oposición contra el joven heredero de Julio César cuando Marco Antonio estaba en Oriente. Tiberio tuvo que salir rápidamente de la ciudad con su familia y llegó a Nápoles donde trató de iniciar otra nueva sublevación frente a Octaviano, sin conseguirlo. La única salida era volver a huir para evitar la venganza del triunviro. Como fugitivos, marcharon de noche en busca de un barco que los llevara a Sicilia. Los autores clásicos como Suetonio, Dion Casio y Veleyo Patérculo, entre otros, no pasaron por alto el hecho de que Livia y su bebé, Tiberio, estaban huyendo del que pronto sería su marido y padrastro y del que los conduciría a ocupar los lugares más altos del Imperio.

Busto de Livia del Museo Arqueológico Nacional de Madrid. ©Miguel Hermoso Cuesta/ Wikimedia Commons.

La familia consiguió embarcar para Sicilia y de allí tomar rumbo a Grecia, concretamente a Esparta, donde pasaron un breve período de tiempo. Poco después, la paz se asentó entre los dos triunviros más poderosos, Marco Antonio y Octaviano, que firmaron un tratado en Bríndisi. La concordia fue breve ya que pronto estalló una nueva guerra civil, enmascarada bajo tintes propagandísticos como un enfrentamiento bélico entre Roma y una reina extranjera, Cleopatra. La nueva situación política daba un respiro a los habitantes de Roma e Italia. En el año 39 a. C. se firmó un tratado en Miseno entre los triunviros y el hijo de Pompeyo, Sexto, circunstancia que permitió el regreso de muchos de los que habían huido, entre ellos Tiberio Claudio Nerón y su familia. Ese año fue decisivo para nuestra protagonista.

La vida posterior de Livia no se entiende sin los acontecimientos que sufrió hasta llegar a ser la esposa de Octaviano, abocado a convertirse en el primer emperador de Roma con el epíteto de Augusto. Su carácter se forjó durante su infancia en una familia marcada por las decisiones y actos realizados por su padre, pero también influyeron bastante las historias y leyendas que se contaron en su casa sobre sus antepasados que dejaron una huella indeleble en la historia de Roma y en la suya propia.

En principio, la vida de Livia iba a desarrollarse como la de otras matronas romanas de finales de la República casadas con hombres implicados en el devenir de la azarosa política de su tiempo. Con una buena formación y educación, conforme al nivel social al que pertenecía su familia, era consciente de que pertenecía a una estirpe de hombres y mujeres que habían destacado por encima de la norma y por diversos motivos. Era una Claudia casada con otro Claudio que no llegaba a despuntar.

Julia Augusta, el otro nombre de Livia Drusila
Livia Drusila debía su nombre al de su padre, Marco Livio Druso Claudiano, un Claudio adoptado por el tribuno de la plebe Marco Livio Druso. Aunque ella hizo gala de su pertenencia a la gens Claudia, formó parte también de la Julia ya que Augusto la designó hija adoptiva en su testamento y le concedió el epíteto de Augusta, pasando a denominarse Julia Augusta. Varios de sus descendientes masculinos recibieron el nombre de Druso, como su segundo hijo y dos de sus nietos. Livia no tuvo hijas, pero tres de sus familiares femeninas fueron receptoras de sus nombres así, Claudia Livila, hija de Druso y de Antonia, y dos de sus bisnietas, Julia Livila y Drusila, hijas de Germánico y Agripina la Mayor.

Augusto, su príncipe

Pocos meses después de su regreso a Roma confiando en que los avatares de su vida se acabarían, Tiberio Claudio Nerón no podía imaginar que lo que estaba realmente a punto de deshacerse era su propia familia. Su esposa Livia estaba embarazada de su segundo hijo y la vuelta a Roma le permitiría, en principio, dar sosiego a los suyos. Sin embargo, el destino hizo que los caminos de Octaviano y Livia se cruzaran y ni el embarazo de ella ni el matrimonio de él con Escribonia impidieron la unión de sus vidas.

Livia aportaba a la pareja su belleza serena, su inteligencia y sosiego y la nobleza de su familia. Octaviano, la habilidad política y el germen de un poder que debía emanar una erótica irresistible. En el otoño del año 39 a. C. anunciaban sus esponsales, justo un día después de solicitar los divorcios de sus respectivos cónyuges. La boda se celebró al poco de nacer Druso, en enero del 38 a. C. Ella no vaciló en dejar tanto a su marido como a su primogénito, que era un niño de pocos años, para iniciar una nueva vida junto a Octaviano. Este, por su parte, abandonaba a su tercera esposa, con la que había estado casado breve tiempo, llevándose consigo a su pequeña hija Julia.

Bustos de Augusto y Livia en el Museo Arqueológico de Formia, Italia. ©Carole Raddato/ Wikimedia Commons.

El destino ingrato y funesto no tuvo en cuenta que la felicidad de Octaviano y Livia se cimentaba sobre el infortunio de sus familiares más próximos. El matrimonio con Tiberio estuvo fundamentado desde el principio en su propia desgracia; la infelicidad arrastrada durante años, la incomprensión, la rebeldía y todo un cúmulo de heridas familiares no cicatrizadas que dieron al traste con el matrimonio. Por su parte, tanto Julia como el pequeño Tiberio pasaron su primera infancia alejados de sus madres y sin la estabilidad de un hogar familiar.

Con el devenir de los años, la batuta directora del nuevo matrimonio quiso convertirlos en candidatos a ocupar el puesto de la primera pareja de Roma.En el año 27 a. C. Octaviano recibió el título honorífico de Augusto y se hizo con el destino de Roma, convirtiéndose en el primer emperador, su esposa Livia pasó a ocupar el lugar más preeminente, visible y prestigioso que ninguna mujer había tenido antes. Si asombrosa fue la habilidad de Augusto para mantenerse en el poder, pilotando el cambio político más inteligente que se había hecho hasta la fecha para conservar la ficción republicana bajo la realidad del sistema imperial, aún mayor fue la inteligencia de Livia para permanecer durante 41 años de matrimonio junto al hombre que un día pudo haber acabado con la vida del que fuera su marido, con la de su pequeño hijo y con la suya propia.

Livia apostó por una vida más segura y menos arriesgada junto a su segundo esposo, aunque, probablemente, cuando aceptó no podría haber imaginado el transcurso de los acontecimientos que le estaban reservados. Se convirtió en la mujer del primero entre los hombres más nobles y honorables de Roma, el Princeps, y todo lo que ello conllevaba. Así, debía mostrar su imagen pública y la de su familia para fines políticos, al mismo tiempo que tenía que guardar la privacidad de aquella en la medida de lo posible. Algo difícil de hacer, por otro lado, cuando se ocupaba un puesto tan destacado en la corte de Roma. Ella era esposa, amante, amiga y consejera de su marido y, probablemente, conocería de primera mano muchos de los asuntos de estado que ocupaban la cabeza de Augusto. Sabía de sus planes para el presente y para el futuro. Un futuro que lo perseguía al intentar formar una dinastía propia que perpetuara su poder en el control de la estructura imperial. Era la mujer más próxima al poder y a la información y eso la convertía en una figura digna de admiración, pero también de recelo y temor.

Estatua moderna que representa a Tácito en el exterior del edificio del parlamento austriaco. Wikimedia Commons,

Tácito y Livia
El historiador Tácito, que vivió en el siglo ii, proyectó una imagen deplorable de Livia en su obra Anales. Recogió rumores y perspicacias que se habían vertido sobre ella y que la acusaban de haber sido la instigadora de las muertes de los familiares de Augusto que habían sido designados para sucederle como su sobrino Marcelo o sus nietos Cayo y Lucio. Incluso se hizo eco de las habladurías que decían que ella misma habría envenenado a Augusto. El autor no ocultó su animadversión hacia Livia debido a la influencia que había ejercido sobre el emperador y su gobierno. El escritor británico Robert Graves (1895-1985) acrecentó la imagen perversa que Tácito había hecho de Livia en su obra Yo, Claudio. La actriz Siân Phillips dio vida a la esposa de Augusto en la serie homónima de la BBC.

La búsqueda del sucesor

Siguiendo con la tradición y la norma de que todo matrimonio romano estaba destinado a procrear hijos para el Estado, Augusto y Livia tuvieron un hijo en común que, para el infortunio de ambos, nació muerto. A propósito de este hecho, cuando se dio a conocer el enlace entre Octaviano y Livia, que estaba en ese momento embarazada, las dudas sobre la paternidad de Tiberio Claudio Nerón fueron desmedidas. Sin embargo, las decisiones tomadas por Augusto al respecto despejaron esas sospechas ya que el matrimonio no se celebró hasta el nacimiento de Druso y éste, inmediatamente, fue entregado a su padre. Con este hecho se reconocía plenamente su vinculación familiar. Si la paternidad del segundo hijo de Livia hubiera correspondido a Augusto, la sucesión en el palio imperial hubiese sido mucho más simple y sencilla de lo compleja que al final resultó. Su designación habría sido casi inmediata para asegurar la continuidad del poder a través de un descendiente directo. El hecho de que no fuera su hijo natural no impidió que desarrollara por él un afecto paternofilial muy grande y que sintiera su prematura muerte en el año 9 a. C., a consecuencia de la caída de un caballo mientras ejercía funciones militares en Germania a la edad de 29 años.

La muerte de Druso produjo un grandísimo dolor en Livia, como no podía ser de otra manera. Sin embargo, su educación y la posición que ocupaba impidieron que se abandonara en el sufrimiento por la gran pérdida. Fue digna de elogio y admiración por la forma en la que llevó durante toda su vida la ausencia de su hijo.

Estatua sedente de Livia encontrada en Paestum (Museo Arqueológico Nacional de Madrid). Wikimedia Commons.

Aunque no tuvieron un hijo en común, Augusto y Livia unieron sus familias de tal manera que tuvieron descendencia consanguínea. Livia logró conformar una dinastía a través de un trenzado astuto de relaciones entre los familiares directos de su marido y los suyos. Para ello no escatimó en astucias ni se frenó en sus objetivos aun cuando estos suponían sacrificar los sentimientos de sus seres más queridos.

Se convirtió en la madrastra de Julia y de los hijos de ésta, Cayo y Lucio, cuando Augusto los adoptó como hijos y los nombró sucesores. Fue la artífice o instigadora de muchos de los enlaces que se concertaron entre las dos familias, la Julia y la Claudia, en busca de un candidato perfecto para suceder a Augusto.

Su vida familiar no era en esencia muy diferente a la que llevaban las mujeres de la élite de épocas anteriores, preocupadas por la educación de sus hijos y por la pesquisa de los mejores partidos y de los más convenientes para los intereses familiares. La diferencia radicaba en que la toma de decisiones en este campo estaba amplificada debido a que el poder político de la añorada República se había convertido en unipersonal con evidentes tendencias dinásticas. Esta circunstancia hacía que la elección de los cónyuges no sólo afectaba a la familia directa, sino también a la totalidad de la población del Imperio.

De la casa de Augusto y Livia salieron varios matrimonios entre miembros de sus respectivas familias que casi se habían criado juntos. Así, el hijo de Livia, Druso, se casó con la sobrina de Augusto, Antonia, hija de su hermana Octavia. También fueron unidas las vidas de Julia y Tiberio, aunque este matrimonio no fue próspero. Por el contrario, sí lo fue el constituido entre Germánico, hijo de Antonia y Druso, y Agripina la Mayor, hija de Julia y Agripa. Tuvieron nueve hijos, seis de los cuales sobrevivieron a la niñez y disfrutaron de una felicidad colmada y plena y de un futuro prometedor hasta que la muerte arrebató prematuramente la vida a Germánico, como ya lo había hecho con su padre. La desgracia o la fortuna de Livia fue, entre otras cosas, disfrutar de una vida longeva. Eso la llevó a presenciar los éxitos de su marido y de sus familiares, pero también a sobrevivir a muchos de ellos.

La divina Livia

La muerte de Augusto en agosto del año 14 puso fin a un largo y próspero matrimonio con descendientes comunes. Fue su amante, su esposa, su compañera y la coautora de su dinastía común en vida, pero también se convirtió, tras su muerte, en su hija adoptiva por decisión testamentaria y en sacerdotisa de su culto divino. No cabía el desempeño de más papeles en la vida de una esposa que, por otra parte, no era cualquiera, sino la del Princeps.

La elección de un sucesor idóneo fue una empresa difícil para Augusto. Tras la muerte en el año 4 del césar Cayo, su nieto e hijo adoptivo, el último bastión para suceder al Princeps era Tiberio. Después de recibir la funesta noticia, Augusto lo adoptó y lo designó candidato al trono con la condición de que, a su vez, adoptara a su sobrino Germánico, hijo de su hermano Druso, y por cuyas venas corría sangre Julia. Dos familiares varones de Livia quedaban, de esta forma, asociados al trono de Roma: su hijo y su nieto. La dinastía Julio-Claudia comenzaba su andadura.

Livia, acostumbrada a estar cerca del poder al mismo tiempo que representaba los valores y las virtudes que la tradición atribuía a la matrona romana, no quiso alejarse del lugar que siempre había ocupado y vio una oportunidad de prolongar su destino durante el reinado de su hijo Tiberio. Como si de una reina madre se tratase, quiso detentar el puesto que ninguna consorte imperial tuvo junto a su hijo, ya que Julia, repudiada y exiliada, se vio recluida en la isla Pandataria hasta su muerte.

Estatuas de Livia y Tiberio procedentes de Paestum. Museo Arqueológico Nacional de Madrid. ©Miguel Hermoso Cuesta/ Wikimedia Commons.

Sin embargo, el amor materno no fue correspondido por Tiberio, quizá resentido por el abandono de su madre en la más tierna infancia o por las decisiones que ésta inspiró a Augusto y que afectaban a su vida. Sufrió desprecios y desplantes severos como el abandono de Tiberio de la capital para retirarse a la isla de Capri. Murió lejos de su hijo, rodeada de varios de los suyos y de amigos y con la sospecha, por parte de algunos, de haber sido la causante de las muertes de muchos de los familiares de su marido. Sin embargo, también fue alabada por su generosidad y por favorecer a quienes le eran fieles, cumpliendo en el mayor grado con el sentido de la amistad.

Su funeral fue más sencillo de lo esperado y de lo querido por el Senado, debido a la oposición de Tiberio que no quiso conceder grandes honores fúnebres a su madre. Livia yacía por fin junto a Augusto en el mausoleo familiar que éste levantó en el Campo de Marte, en el año 28 a. C. Su bisnieto Calígula fue quien pronunció el discurso fúnebre en su honor, en el que recordó los hitos más importantes de su vida y los rasgos más alabados de su carácter.

Livia llegó a ser la viuda de un dios, el divino Augusto, y sacerdotisa de su culto. No fue hasta el 41, al comienzo del reinado de su nieto Claudio, cuando recibió la consagración que no le había dispensado su hijo Tiberio. El año siguiente se cumplía el centenario de su nacimiento, circunstancia que no dejó escapar Claudio y que fue motivo de celebración. Como un presente digno de unas nupcias sobrenaturales, le fueron concedidos honores divinos el 17 de enero del año 42, coincidiendo con el aniversario de su boda con Augusto. Su nombre era mencionado en las promesas que realizaban las mujeres y en muchos contratos matrimoniales realizados en Egipto, como si la evocación de su dignidad divina atrajera la fortuna que ella había disfrutado en vida.

Fue esposa, madre, abuela, bisabuela y tatarabuela de emperadores, ninguna otra mujer de la familia imperial logró superar este hito de tanto prestigio y honor. Fue recordada durante varios siglos después de su muerte, incluso cuando ya no reinaban sus descendientes. Como un vago recuerdo, difuminado en las brumas de un bosque al anochecer, quedaba la huida nocturna que un día protagonizó llevando a su bebé en brazos junto al que fue su primer marido y antepasado de los emperadores Julio-Claudios desde Tiberio. Ella, sus hijos y muchos de sus descendientes, hombres y mujeres, lograron ocupar una posición preeminente, jamás soñada por ninguno de los de su linaje.

Busto de Agripina la Mayor encontrado en Pérgamo y exhibido en el Museo Arqueológico de Estambul. ©Rowanwindwhistler/ Wikimedia Commons.

Livia y Agripina la Mayor
La marcada personalidad de Livia hizo que fuera la matriarca de la dinastía Julio-Claudia y a ello contribuyó también su longevidad que le permitió vivir el nacimiento de muchos de sus nietos y bisnietos. Algunos de estos últimos, concretamente los hijos de Germánico y Agripina la Mayor, eran también familiares de su marido. La relación entre esta última y Livia no debió ser muy buena casi desde el principio, puesto que Agripina, pasó a vivir en casa de su abuelo Augusto cuando su madre Julia fue desterrada. La enemistad que nació entre ambas continuó durante toda la vida y se acrecentó aún más cuando Germánico, el nieto de Livia y candidato designado por Augusto para suceder a Tiberio en el trono, murió en circunstancias oscuras. Algunas voces apuntaban a que Tiberio y Livia habían propiciado la muerte de Germánico. Agripina la Mayor se convirtió en la defensora de los derechos dinásticos de sus hijos por los que dio hasta su último aliento. No pudo ver cómo su hijo Calígula se convertía por fin en emperador y cómo su hija homónima llegaba a ser la esposa imperial de su tío Claudio.

Para ampliar:

Barret, Antonhy A., 2004: Livia, primera dama de la Roma imperial, Madrid, Espasa-Calpe [1ª edición en inglés Yale University Press, London 2002].

Suetonio, 1992: Vida de los doce césares, I. Introducción general de Antonio Ramírez de Verger. Traducción de Rosa María Agudo Cubas, Madrid, Editorial Gredos.

Tácito, 2015: Anales. Libros I-VI. Introducción, traducción y notas de José Luis Moralejo, Madrid, Editorial Gredos [1ª edición de 1979].

Profesora Titular de Historia Antigua de la Universidad de Sevilla.

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