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Edad Contemporánea

La mujer en la Guerra Civil (I). El bando sublevado

La mujer del bando rebelde estuvo fuertemente supeditada a los valores y roles que le atribuía su ideología. Las asociaciones femeninas sublevadas que surgieron en este período pretendían, por un lado, canalizar y controlar las ansias participativas que mostraban las mujeres aprovechando además su trabajo para la causa; y, por otro, adoctrinarlas para formar el modelo de mujer pretendido: ante todo, esposas y madres dóciles, sumisas, y transmisoras de los valores tradicionales y católicos.

Santander, 27 de diciembre de 1931. A pesar de lo gélido de la mañana, numerosos grupos se dirigían a la ya abarrotada sala Narbón, donde a las once y media se esperaba un acto extraordinario organizado por el Centro Tradicionalista Montañés, agrupación carlista. Una vez comenzado el acto, los aplausos y ovaciones eran atronadores y cubrían, con un manto de fervor patriótico propio de otros siglos, toda la sala. En la tribuna se situaba María Rosa Urraca Pastor, destacada oradora y líder de las «Margaritas», agrupación femenina tradicionalista. La admiración que despertaba en el auditorio se evidenciaba en las constantes interrupciones que un público entregado le manifestaba, mientras adoctrinaba acerca de los peligros de la República, instaurada hacía apenas unos meses, y defendía los valores tradicionales y católicos como remedio contra el liberalismo y el problema social. «Mujeres españolas: ha llegado el momento de descender de las gradas del templo y salir a la lucha política».

La situación de las mujeres españolas antes de la Guerra Civil

A lo largo del siglo xix, en todo Occidente se había potenciado la imagen de la mujer como «ángel del hogar», relegándola al entorno doméstico y estableciendo como su principal objetivo atender a su familia y la maternidad. Esto restringió el acceso de las mujeres a la educación y al ámbito público, quedando apartadas de la sociedad en la esfera privada. En una España rezagada, además, económica y socialmente con respecto a los otros países, con un fuerte conservadurismo y una enorme influencia de la Iglesia católica, esta situación no sólo fue más férrea y se mantuvo durante más tiempo, sino que además situó a la mujer como símbolo de la defensa de los valores tradicionales.

Clara Campoamor. Wikimedia Commons.

La tímida lucha por los derechos de la mujer, llevada a cabo por figuras de referencia como Concepción Arenal, se intensificó a partir de la segunda década del siglo xx. Ejemplo de ello es la ANME, Asociación Nacional de Mujeres Españolas, que se fundó en 1918 y en la que participaron mujeres de la élite intelectual como Victoria Kent o Clara Campoamor. Su objetivo era promover los derechos de las mujeres, especialmente el voto, pero también llevaron a cabo iniciativas sociales y educativas. Sin embargo, muchas de las reivindicaciones que se realizaron en ese momento tuvieron que esperar hasta la proclamación de la II República en 1931, o incluso casi hasta la actualidad, para verse satisfechas. En este sentido, la proclamación de la República supuso una gran esperanza para la lucha de las mujeres, a pesar de que su breve duración y del violento desmantelamiento por parte de la dictadura de los logros conseguidos impidieron que se produjeran grandes cambios en la mentalidad española durante décadas.

Entre esos logros encontramos, en primer lugar, el derecho al voto de la mujer. La constitución republicana del 9 de diciembre de 1931 establecía en su artículo 25 que no podían ser motivo de privilegio jurídico ni el sexo, ni la clase, ni las creencias, entre otros motivos. Si no se podía discriminar jurídicamente a las mujeres por el hecho de serlo, y por lo tanto podían ser elegidas representantes del pueblo español, no parecía tener sentido que no pudieran votar. Sin embargo, este asunto dividió por completo a la opinión pública y a los diputados. La derecha, en un primer momento, se opuso por motivos ideológicos. La izquierda se debatía fraccionada entre quienes consideraban que el sufragio femenino era un derecho ineludible, y los que pensaban que, si la mujer votaba, los resultados electorales de la derecha se verían favorecidos y la República se tambalearía. Finalmente, gracias al esfuerzo de figuras como Clara Campoamor, las mujeres españolas pudieron votar por primera vez en las elecciones generales de 1933, siendo de las primeras ciudadanas en todo el mundo en ver reconocido este derecho.

El voto femenino. Un camino tortuoso
La obtención del sufragio femenino fue una tarea ardua y compleja. Algunos de los países pioneros fueron Nueva Zelanda (1893) y Australia (1902). En la URSS se logró en 1917, tras una multitudinaria manifestación en San Petersburgo, y en Reino Unido un año después pudieron votar las mujeres mayores de 30 años con propiedades. Hasta 1928 no obtuvieron el sufragio en igualdad de condiciones con los hombres. En Estados Unidos se consiguió este derecho en 1920, 72 años después de la Declaración de Seneca Falls por los derechos de las mujeres. Italianas y francesas tuvieron que esperar hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial Las mujeres suizas votaron por primera vez en elecciones federales en 1971, igual que las portuguesas; y el principado de Liechtenstein fue el último estado europeo en reconocer este derecho, en 1984.
Las circunstancias variaron enormemente según el país. Durante la Primera Guerra Mundial, dada la ausencia de los hombres, se permitió a las mujeres ejercer un mayor número de tareas y desempeñar responsabilidades consideradas exclusivamente masculinas. Sin embargo, a la vuelta de los varones del frente, estas posibilidades les fueron arrebatadas y se les negó el sufragio en países como Francia e Italia. Allí, tras la Segunda Guerra Mundial, en el que las mujeres volvieron a sostener el esfuerzo bélico y en muchos casos participan de forma directa en la lucha (como partisanas o parte de la Resistencia, por ejemplo), acabó siendo un compromiso ineludible. En Reino Unido la lucha de las sufragistas tuvo un gran recorrido desde el siglo XIX, y bajo el lema «hechos, no palabras» se llevaron a cabo todo tipo de acciones y protestas, tales como interrupciones de actos públicos, roturas de escaparates, manifestaciones, piquetes o bombas. Algunas fueron alimentadas forzosamente en la cárcel o murieron.

Además del voto, la mujer consiguió otros dos derechos que fueron importantes hitos históricos. Se trata de la Ley de Divorcio de 1932 y del decreto de aborto aprobado en Cataluña en 1936. Estas dos normas se tradujeron en una mayor autonomía y una menor situación de desamparo para las mujeres, en un país con unas altísimas tasas de violencia de género y de analfabetismo femenino. En este sentido destacaron también los avances en materia de educación que se produjeron en esta época, lo que se reflejó en un mayor número de mujeres matriculadas en todos los niveles educativos. Del mismo modo, aumentó la presencia femenina en el mundo laboral, como resultado de un mayor acceso a la vida pública.

Victoria Kent. Wikimedia Commons.

El ángel del hogar dejó muy lentamente de serlo, y por ello se produjo un fenómeno social muy importante que fue clave durante la Guerra Civil. Las asociaciones de mujeres experimentaron, debido a esos cambios y a la movilización social de la época, un auge sin precedentes. Incluso las organizaciones políticas van a crear sus propias secciones femeninas, contribuyendo a enfatizar el papel político que la mujer estaba adquiriendo. Además, no se trata sólo de un fenómeno de izquierdas, pues, aunque menos conocido y numeroso, las mujeres del bando sublevado también crearon sus propias organizaciones. En este caso, por las características ideológicas de estos grupos, se trató de asociaciones y mujeres más centrados en la prestación de servicios sociales y en la propaganda, apología y salvaguarda de los valores de la España católica tradicionalista que en la lucha por la obtención de derechos para las mujeres.

En general, la mujer del bando sublevado, o cuya vida durante la guerra transcurrió en dicha zona, estuvo supeditada en todo momento a las características y roles que impone esta ideología. Por ello, su lugar fue la retaguardia, y su función la maternidad y la educación de los hijos en los valores tradicionales, patrióticos y católicos, el cuidado de la familia, y la caridad como reflejo de su profundo cristianismo. Se le pidió que desde el hogar contribuyese con la tarea de los soldados, cosiendo, como madrina de guerra, ayudando a mantener los valores y la moral, y, sobre todo, rezando.

María Rosa Urraca Pastor y las margaritas carlistas

Las Margaritas, junto con la Sección Femenina de Falange, fue una de las organizaciones femeninas clave en el bando sublevado. Su origen se remonta a la última guerra carlista, en la década de los setenta del siglo xix, y su nombre se debe a Margarita de Borbón, esposa del pretendiente Carlos VII. Esta organización estaba inscrita dentro de la Comunión Tradicionalista, principal grupo político carlista desde 1869, con respecto al cual siempre tuvo una posición subordinada al ser la rama femenina. Sus miembros responden al ideal de mujer tradicionalista, católica, fuertemente apegada a la monarquía, y cuyo lugar es el hogar. Sin embargo, la coyuntura política durante la República provocó que se comenzara a animar a las mujeres a que participasen, muy limitadamente, en la vida pública, sobre todo en actos religiosos y de beneficencia, sin dejar de lado su trabajo en el hogar y siempre en posición de subordinación con respecto a los hombres. A partir de 1931 estos círculos femeninos se revitalizaron y se hicieron más visibles, pero también evidenciaron la falta de organización interna, que quizá hasta ese momento no había sido tan necesaria, pero que era fundamental para llevar a cabo actos, fundar nuevas agrupaciones, tareas de beneficencia, etc. Por ello, en los siguientes años se realizó una reestructuración que culminó con el nuevo reglamento de 1935, el cual establecía que el objetivo de las Margaritas era «promover la formación de la mujer, bajo los principios de la tradición, prestar apoyo moral y material a todos los afiliados».

María Rosa Urraca Pastor. Wikimedia Commons.

Por ello en este momento se produjo una extensión de lo que los tradicionalistas consideraban que la mujer debía hacer en el hogar a lo que puede ofrecer en la sociedad: educación en los valores tradicionalistas, caridad, culto y piedad, y propaganda. El B.O.T., Boletín Oficial Tradicionalista, vehículo de expresión carlista, del 24 de noviembre de 1935, así lo refleja: «en la familia, la mujer, reina del hogar, ciñe sobre sus sienes la corona del amor, de la educación del sacrificio y de la fortaleza. Igualmente, en nuestra Comunión ha de ser el ángel de amor […]». Para ello se organizaron diferentes secciones. La misión de amor incluía el Socorro Blanco, que ofrecía apoyo a perseguidos y presos de la causa; y la Beneficencia, con ropero, limosnas, donaciones, y en definitiva ayuda socioeconómica. La misión de educación se encargaba de formar a los más pequeños en los principios carlistas, en conjunto con la catequesis y los grupos infantiles, e incluso se crearon escuelas para adultos. Las otras secciones eran Sacrificio, Profesional y Política.

En los meses previos al estallido de la Guerra Civil el número de afiliadas no sólo aumentó, sino que, ante el avance de la izquierda ─especialmente a partir de la victoria del Frente Popular en febrero de 1936─ se permitió una mayor participación pública de las mujeres carlistas. Dadas las circunstancias, había llegado el momento, como dejó claro María Rosa Urraca Pastor durante su discurso, de que las mujeres participaran de una forma más activa en el ámbito político, aunque siempre dentro de su papel subordinado y con evidentes limitaciones. A pesar de la gran popularidad de algunas oradoras y mujeres de cierta relevancia dentro del movimiento, hemos de tener en cuenta que figuras como la de María Rosa fueron la excepción que confirma la regla. Sin embargo, sí que se permitió que algunas mujeres actuaran como propagandistas a lo largo de este período. Se trató de una estrategia de búsqueda del voto católico y de atracción de la mujer a la causa tradicionalista y de la futura sublevación a través de la palabra, no sólo en multitudinarios discursos, sino también en la radio y en medios escritos. Los canales de comunicación empleados no fueron diferentes a los masculinos, sin embargo, sí que se generó una estrategia comunicativa específica a través de discursos que apelaban directamente a la mujer con un lenguaje menos político y más humanizado.

Urraca Pastor y las elecciones de 1933. «Me han vendido por unas miserables pesetas»
A pesar de su éxito como oradora y líder, el terreno electoral supuso una amarga derrota para María Rosa. La líder carlista fue inicialmente incluida en la candidatura de Acción Agraria Riojana en las elecciones a Cortes de 1933 con el objetivo de atraer a la causa el voto femenino. Vetada su candidatura por Tomás Ortiz de Solórzano, presidente de dicho partido, al final integró las listas de Guipúzcoa junto a miembros de Renovación Española. El último de los escaños fue para Ramiro de Maeztu, quedando María Rosa a menos de 2 000 votos del escaño. Los tradicionalistas habían prometido a Renovación Española que su candidato saldría elegido como pago a sus aportaciones económicas a la causa.
En una carta personal refiere cómo a pesar de haberse presentado por obedecer órdenes y haber realizado un duro trabajo electoral, pasando por vetos y sinsabores, se sentía finalmente engañada por los tradicionalistas, considerando que su candidatura (situada la última) había sido utilizada como propaganda para la elección de un diputado que consideraban liberal, ajeno a las ideas carlistas: «la Comunión Tradicionalista me ha vendido por unas miserables pesetas. Y mientras al Parlamento irán una porción de señores desconocidos». Esta situación refleja bien ese uso subordinado y propagandístico de la mujer, utilizada como reclamo para el voto femenino, tradicionalista y católico, pero cuyo margen de maniobra político era prácticamente nulo.

El golpe de estado y posterior estallido del conflicto en julio de 1936 provocó que las tareas de las Margaritas se adaptaran al contexto bélico. El Socorro Blanco sumó a ese apoyo a los presos la figura de la madrina de guerra, que prestaba apoyo moral a los soldados en el frente a través de cartas; y la Beneficencia se centró en el envío de alimentos y ropa a los combatientes. La principal novedad fue la actuación como enfermeras de algunas de estas mujeres, a las que se había preparado para esta tarea en los meses previos al conflicto en previsión del golpe. Todo se vio alterado cuando en abril de 1937 se promulgó el Decreto de Unificación, por el cual se funden todos los partidos y organizaciones políticas existentes en Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Aunque las Margaritas continuaron con su labor, el papel que ocuparon fue claramente secundario. Ejemplo de ello fue el hecho de que las delegadas provinciales provenían de la Sección Femenina de Falange, mientras que las Margaritas quedaban relegadas a secretarias. De este modo, tras el final de la guerra, María Rosa y otras destacadas Margaritas permanecieron alejadas del foco político dado el protagonismo de las mujeres falangistas. Tras ejercer como profesora de retórica, tal y como se anunció en periódicos de la época, murió en Barcelona en 1984.

Mitin tradicionalista celebrado en Barcelona el 13 marzo de 1932. Wikimedia Commons.

Pilar Primo de Rivera y la Sección Femenina

Pilar Primo de Rivera nació en Madrid el 4 de noviembre de 1907. Hija del militar y dictador Miguel Primo de Rivera, su infancia fue sacudida por una serie de hechos que marcarían su vida adulta. Su madre murió, fruto de las complicaciones de un parto posterior, cuando ella apenas contaba con dos años. Tres años después lo hizo su hermana gemela, Ángela. Criada por su abuela y sus tías, la pequeña Pilar sentía veneración por su ausente y frío padre. Cuando éste murió en el exilio en 1930, trasladó esa adoración a su hermano mayor, José Antonio, que fundó el partido fascista Falange Española en 1933 ─Pilar quedó deslumbrada con las palabras de su hermano en el discurso fundacional─. Aunque en un primer momento no se contempló la integración de mujeres en Falange, finalmente, en junio de 1934 se creó la Sección Femenina bajo la jefatura de Pilar.

Pilar Primo de Rivera. Wikimedia Commons.

Inicialmente, las tareas de la nueva organización fueron muy reducidas y orientadas más bien a fines económicos. Se ayudaba a los falangistas en prisión o perseguidos, a las familias de los fallecidos afines al partido, se confeccionaban brazaletes y banderas… Sin embargo, su papel también trascendiendo al ámbito político. Las secretarias de la sección portaban mensajes relevantes para el movimiento, recaudaban fondos para actividades e incluso escondían armas entre su ropa para introducirlas en mítines y pasarlas a los hombres una vez dentro. Igual que sucedía con las Margaritas, la posición de las mujeres en Falange era clara: siempre en un discreto segundo plano, subordinadas y al servicio de los hombres, ocupadas con tareas auxiliares, adecuadas ─según la ideología falangista─ a la naturaleza femenina. Debido al excepcional contexto tras la victoria del Frente Popular, Falange pretendía, por un lado, visibilizar como ejemplo el modelo de mujer pretendida por el falangismo, y, por otro, movilizar y canalizar, de forma controlada y satisfactoria para los intereses de la causa, el interés en realizar actividades que algunas mujeres afines mostraban. Dentro de este pensamiento, las mujeres de la Sección Femenina aportaban su esfuerzo, considerado necesario en ese momento, pero aprendían también a subordinarse al interés de la causa, preparándose para el retorno al ámbito doméstico una vez que se instaurase el nuevo estado.

A comienzos de 1936, la Sección Femenina empezó a expandirse rápidamente por España. El 14 de marzo, José Antonio fue encarcelado y Falange declarada ilegal por el gobierno de la República. Una vez estallada la guerra, se organizó el Auxilio Azul, una red de ayuda para esconder y proporcionar comida y salvoconductos a los afines a la sublevación. La propia Pilar se oculta en casas de amigos, hasta que finalmente huye de Madrid con ayuda de la Alemania nazi hasta Sevilla, estableciéndose finalmente en Salamanca. En ausencia de José Antonio, su figura como representante de la familia Primo de Rivera se vuelve crucial. Su hermano fue finalmente ejecutado a finales de año. Una vez reincorporada a su tarea en la Sección Femenina, encontró que la organización había crecido y que contaba con un mayor número de enfermeras, cocineras, lavanderas… Pero al mismo tiempo, amargamente comprobó cómo en su ausencia, Mercedes Sanz Bachiller, viuda de Onésimo Redondo (fundador de las JONS) había asumido algunas de sus funciones y su popularidad había crecido. Mercedes, como jefe provincial, en realidad tuvo una posición subordinada respecto a Pilar (jefe nacional). Sin embargo, en ausencia de Pilar, Mercedes había fundado el Auxilio de Invierno a imitación de su homóloga nazi, la Winterhilfe, y el número de comedores sociales que estaba abriendo no dejaba de crecer. Contaba, además, con el apoyo de Javier Martínez Bedoya, jonsista muy cercano a Onésimo Redondo, que tras su estancia en Alemania conocía bien la Winterhilfe. Así se inició una larga y obstinada lucha entre ambas, que algunos especialistas insisten en señalar que, en el caso de Pilar, no se habría dado por ansia de poder sino por su convencimiento de mantener y representar el legado de los hombres de su familia desde su posición de hija y hermana. Finalmente, aunque siguió funcionando de forma autónoma, Auxilio de Invierno se incorporó al partido, y la rivalidad se avivó.

Ruiz de Alda (centro) junto a Valdecasas y Primo de Rivera, en el mitin fundacional de Falange en el Teatro de la Comedia de Madrid, el 29 de octubre de 1933. Wikimedia Commons.

La situación cambió con el Decreto de Unificación de 1937. La posición escéptica de Pilar, que recelaba de la unión, preocupada por mantener el legado de su hermano y el espíritu de Falange, sumado a las tensas relaciones con Franco en ese momento, le valieron que el general ordenase que el Auxilio de Invierno de Mercedes Sanz pasara a llamarse Auxilio Social y se estableciera como una rama más del nuevo partido único, dependiendo directamente de este y por lo tanto sin subordinación a la Sección Femenina. Franco jugó una doble carta: mantuvo la Sección Femenina porque necesitaba el apoyo de Pilar para controlar a los «camisas viejas», agrupados simbólicamente en torno a ella, pero, al mismo tiempo mantuvo en el poder a su enemiga como recordatorio de que podría prescindir, llegado el momento, de cualquiera. Finalmente, Pilar entendió que su posición de subordinación al general era la más natural y favorecedora para la victoria, y la tensión entre ambos disminuyó sin que se pueda decir lo mismo de la relación entre Pilar y Mercedes. A lo largo del conflicto, Pilar se centró obstinadamente en el crecimiento y consolidación de la Sección Femenina en todo el territorio sublevado. Sus tareas se orientaron a conseguir el mayor bienestar posible para los combatientes, bien mediante servicios de enfermería, lavandería, cocina, bien sea con apoyo moral, recaudación de dinero, etc. Por su parte, Franco encargó al Auxilio Social de Mercedes la creación del Servicio Social de la Mujer en 1937.

El servicio social de la mujer. La «mili» femenina
Mercedes Sanz y Martínez Bedoya idearon el Servicio Social de la Mujer, que les dotaría de la mano de obra necesaria para cubrir los servicios que llevaba a cabo Auxilio Social. De este modo, le presentaron a Franco el equivalente femenino del servicio militar obligatorio. Comenzó el 11 de octubre de 1937.
Voluntario en teoría, en la práctica acreditar su superación era necesario para conseguir un empleo en el servicio civil o como maestra, para formarse mediante títulos profesionales y universitarios, u obtener el permiso de conducir o un pasaporte entre otras muchas cuestiones. Las escasas excepciones a este servicio (ser monja, viuda o huérfana con familia al cargo…) garantizaron que un elevado número de mujeres lo prestaran, y se ejerciera, por lo tanto, un gran control sobre las mujeres (se calcula que aproximadamente un 90% de las mujeres con obligación de cumplir este servicio llegaron a realizarlo). A partir de mediados de la década de los cuarenta todas las mujeres solteras entre 17 y 35 años debían cumplir al menos seis meses de Servicio Social. Además de garantizar la mano de obra necesaria para cubrir, supuestamente, diferentes servicios sociales a favor de los más necesitados, las mujeres eran adoctrinadas y disciplinadas en los principios del régimen y recibían formación en cuestiones domésticas y religiosas. En 2020 el Tribunal Supremo reconoció por primera vez el derecho de una mujer a que se le computara el Servicio Social de la Mujer para la jubilación anticipada, algo que ya se hacía con la «mili» masculina.

Voluntarias de la Sección Femenina en Zumaya, 1939. ©Pascual Marín/Wikimedia Commons.

La deuda pendiente entre ambas quedó saldada hacia el final de la guerra, con el declive político de Mercedes Sanz Bachiller. A pesar del crecimiento que experimentó Auxilio Social en ese momento, Mercedes y Martínez Bedoya anunciaron sus nuevas nupcias. Esto supuso un gran escándalo de acuerdo con la mentalidad de la época. Fe de ello dan las palabras del escritor falangista Dionisio Ridruejo, quien al conocer la noticia aseguró que el nuevo matrimonio de Mercedes constituía la violación de un mito. El nuevo matrimonio, celebrado el 3 de noviembre de 1939, contrastaba fuertemente con la dedicación de Pilar a la preparación de los homenajes por el tercer aniversario de la muerte de su hermano. La campaña de desprestigio que sufrió Mercedes, sumada a una serie de incidentes políticos y tensiones entre Bedoya y Serrano Suñer, provocaron la caída en desgracia de la nueva pareja. En 1939, Franco subordinó el Servicio Social de la Mujer a la Sección Femenina, para humillación de Mercedes, y un año después fue relegada de su cargo. Esto, en parte, también se debía a que el nuevo régimen pretendía el retorno de la mujer a la vida privada, para lo cual la abnegada Pilar, dedicada a mantener el legado de su familia, encajaba mejor.

Mercedes Sanz Bachiller. Wikimedia Commons.

En los años siguientes a la guerra el esfuerzo de la Sección Femenina se dirigió principalmente a adoctrinar a las mujeres con el objetivo de inculcarles el modelo pretendido por la dictadura. Las labores domésticas, la completa dedicación a la familia y la sumisión absoluta al marido fueron los puntos fuertes de las enseñanzas de la organización. Se trataba, en sus propias palabras, de hacer de la casa algo «tan agradable para los hombres, que dentro del hogar encontrarán todo lo que previamente faltaba y así, no necesitarán buscarlo en tabernas o clubs», ya que para la dictadura «El hombre es el rey; la mujer, los niños, las ayudas, los necesarios complementos para que el hombre alcance su plenitud». No obstante,  realizaron tareas de apoyo a los combatientes de la División Azul, y a partir de 1945 el Servicio Social desarrolló diversas labores sociales como enseñar a leer a mujeres analfabetas, siempre con cuidado de que no se «atiborran de libros», pues «no hay nada más detestable que una mujer intelectual».

La Sección Femenina se reconstituyó como Nueva Andadura en 1977. Pilar fue su presidenta hasta su muerte, en 1991. Sobre su vida personal, muy marcada por sus circunstancias familiares, se ha especulado largo y tendido, ya que su soltería chocaba enormemente con la mentalidad de la época y los valores de Falange, lo que provocó que surgieran todo tipo de rumores y teorías. En todo caso, Pilar Primo de Rivera volcó su energía en mantener el legado de su familia y el recuerdo de su hermano José Antonio, canalizándolo a través de Sección Femenina, cuya contribución al adoctrinamiento y sumisión de la mujer en España fue clave durante décadas.

Para ampliar:

Preston, Paul, 2018: Las tres españas del 36, Barcelona, Debolsillo.

Casanova, Julián, 2014: España partida en dos: breve historia de la guerra civil española, Barcelona, Crítica.

Sagarra, Pablos, 2014: Atlas ilustrado del carlismo, Madrid, Susaeta.

Graduada en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid. Profesora de Geografía e Historia.

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