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Edad Antigua

«¿Alesia? ¡No conozco Alesia!»

El 52 a.C. fue el año de inflexión en el conflicto entre Julio César y Vercingétorix, porque si por algo se caracterizó la guerra entre romanos y galos fue por el choque de estas dos personalidades. En la batalla de Alesia, César consiguió la victoria definitiva; con ella puso fin a los dolores de cabeza que la Galia generaba al Senado desde hacía años.

Abraracúrcix, en Astérix y el escudo Arverno, invita a Astérix y Obélix a visitar el país Arverno, a admirar sus maravillosos paisajes, a dar una vuelta por Gergovia, donde tuvo lugar la gran e inmortal victoria gala, y Astérix entonces menta Alesia y Abraracúrcix espeta al protagonista: «¿Alesia? ¡No conozco Alesia! ¡No sé dónde se halla Alesia! ¡Nadie sabe dónde se encuentra Alesia!».

¿Qué ocurrió en Alesia?Es el 52 a. C., Vercingétorix se encontraba en la tesitura de luchar contra Roma, pero la nación gala no existía en estos momentos. En realidad, la Galia estaba formada por un conjunto de pueblos enfrentados entre sí, que se temían unos a otros, que no dejaban de invadirse, guerrear y matarse. La Galia unida que nos han vendido tradicionalmente no existe. Vercingétorix, literalmente «rey supremo de los guerreros» (es lo que significa su nombre), tuvo que unificar a todas esas tribus malavenidas. Primero levantó a su propio pueblo, los arvernos, y pronto le siguieron los andes, los aulercos, los biturigos, los lemovices, los senones, los parisios y algunos más. Casi todos pasaron a luchar bajo una federación dirigida por un líder que había tomado el poder en sus manos tras arrebatárselo por la fuerza a Gobanitio, su tío, que lo había expulsado de Gergovia y había asesinado a su padre, Celtilo, el anterior gobernante. Otros pueblos galos como los remos, suesiones, tricasios y los lingones eran aliados de Roma y luchaban junto a estos. Era tal la cantidad de galos que engrosaban el ejército romano que autores como Le Bohec comentan que fueron los propios galos los que conquistaron la Galia para César. Otros pocos, además, se mantuvieron neutrales. 

El contexto

Julio César (Nicolas Coustou, 1696). ©Marie-Lan Nguyen /Wikimedia Commons.

Seis años antes, Julio César, aunque ya gobernaba la Galia Cisalpina y la Transalpina como procónsul, quería más, deseaba poder, gloria y dinero. Para poder conseguir todo ello tramó una estrategia: conquistar la Galia del Norte. Esta se convierte en su objetivo a corto plazo, pero para poder hacerse con ella necesita una excusa (muy de los romanos, un casus belli). Pronto le llegó la solución gracias al acoso constante de los helvéticos hacia los galos. César decidió intervenir para pacificar la situación y para ello debía atravesar la Galia ya romana para instalarse en la zona de la actual Burdeos (la Gironda). Así que, César, apremiado por el terror de los galos a sus vecinos, comenzó a invadir la Galia Comata (actual norte de Francia y sur de Bélgica), o como los romanos la llamaban, la Galia Melenuda. Contaba con diez legiones.

El territorio que iba cayendo bajo el poder de Roma fue esquilmado. Sus habitantes veían cómo las incursiones de los soldados romanos en sus tierras y casas se multiplican, los reclutamientos forzados entre la población crecían, las movilizaciones eran cada vez más duras y los impuestos los ahogaban hasta prácticamente matarlos de hambre. Los galos, asfixiados, se rebelaron en el 53 a. C. mientras César estaba de visita en Roma.

Es en ese momento cuando todo estalló. Un grupo de romanos comerciantes de frontera, establecidos en Cenabum (actual Orleans), fueron masacrados por los carnutos y el responsable del aprovisionamiento del ejercito romano, Cayo Fufio Cia, liquidado, un acto que tuvo consecuencias graves para el general romano más adelante. Julio César entonces ordenó el saqueo de la ciudad como represalia. La noticia de la violenta respuesta romana llegó a oídos de Vercingétorix. Mientras las revueltas se multiplicaban por la Galia Transalpina, César quedó bloqueado, pero consiguió llegar a la región de los heduos. Ahora tenía que sofocar la revuelta.

Vercingétorix convocó a sus clientes para comenzar una insurrección general. Hecho que fue entendido por César como un acto de rebelión contra Roma. La excusa fue la inhumana y cobarde masacre de civiles romanos. Vercingétorix era percibido por Roma como un aprendiz de dictador, un cantamañanas. Roma vio en el levantamiento una despreciable provocación perpetrada por débiles que no se atrevían a enfrentarse directamente al ejército romano. Vercingétorix, que había tomado el poder de forma ilegítima, ya que era el heredero de un soberano depuesto de forma legal según las leyes galas, fue condenado a muerte por su propio pueblo. Para César, era el único responsable de la rebeldía gala, un hombre al que había que destruir para devolver la paz a la Galia.

La guerra de las Galias, la única fuente… y es romana

Para conocer qué ocurrió en Alesia contamos únicamente con una fuente textual: La guerra de las Galias (Commentarii de bello Gallico) escrita por Julio César una vez terminado el conflicto. Es importante no tomarse aquello que cuenta al pie de la letra. Sin ninguna duda, con su texto, César pretendía quedar como un héroe, justificar su plan y demostrar su genio militar. Muchos de los datos que da son imposibles de verificar y contrastar y la arqueología no siempre puede acudir en ayuda del investigador por falta de cultura material en zonas de guerra. Julio César justifica su empresa asegurando que era un acto imprescindible para evitar una invasión bárbara, pretendía así llegar a la opinión pública, recordando la invasión gala del año 390 a. C. La guerra contra Vercingétorix la podemos leer en el libro VII. El resultado del enfrentamiento determinó el destino de la Galia, y aún hoy es manipulada con objetivos políticos y nacionalistas.

Comienza la guerra

Julio César doblegó la ciudad de Novodunum (Nevers), pero alentada por la llegada de Vercingetórix se levantó de nuevo contra los romanos. Fue entonces cuando ambos líderes se enfrentaron por primera vez y el galo salió derrotado. El siguiente objetivo de César fue la toma de Boruges (entonces Avárico) y como contraataque, Vercingétorix quemó todo el territorio galo para desabastecer a los invasores. Las ciudades fueron arrasadas, los campos destrozados, los animales sacrificados, Vercingétorix llevó a cabo una política de «tierra quemada» al mismo tiempo que continuó acosando al ejército romano mediante emboscadas, ataques sorpresa y sabotajes. El objetivo era obstaculizar los movimientos romanos. Avárico, creyendo ser inexpugnable, se defendió, pero pronto cayó bajo la espada de César. Todos sus habitantes fueron masacrados ─se calcula que solo 800 habitantes sobrevivieron, mientras 40 000 personas fueron exterminadas─. César lo justificó como represalia por el asesinato de los comerciantes romanos. El propio general romano lo cuenta con crudeza: «no perdonaron ni a los ancianos ni a las mujeres, ni a los niños».

Las campañas de César. ©Ignacio Icke /Wikimedia Commons.

Vercingétorix retrocede, César avanza. Gergovia fue el lugar elegido por el jefe galo para atrincherarse. Era la ciudad que lo vio nacer, pero también de donde fue expulsado de la comunidad, un lugar simbólico para el líder galo. Era un emplazamiento estratégico. Sobre un montículo, con la meseta extensa a sus pies, perfecta para hacer frente al ejército romano, para vencer…o eso es lo que los galos creían.

Los romanos de nuevo se organizaron para el asedio, para el que confiaban en los heduos, hasta ahora buenos aliados. Hasta entonces, porque deciden justo en este momento desertar y pasarse al bando de los rebeldes. A pesar de ello, más de 50 000 efectivos romanos se instalaron a los pies de la ciudad. Vercingétorix apenas posee la mitad de efectivos. El asalto a Gergovia resultó fallido para los romanos, esta vez la victoria fue para los galos. César se retiró tras perder a 700 soldados y 46 centuriones. Necesitaba reconstruir sus fuerzas porque tomar Gergovia no parecía una tarea sencilla: el ejercito romano estaba solo, sin avituallamiento, aislado de las legiones, en territorio enemigo, ahora era cuando el difunto Cayo Fufio Cia hubiera jugado un papel esencial en el suministro a los soldados romanos. Las victorias de sus ejércitos, parte de ellas, bajo el teniente Labieno en Lutecia, y la de los parisios, era muy bienvenida, como lo eran los hombres que obligaron a unirse al ejército de Roma. Julio César, mientras, derrota a Vercingétorix, que se repliega hacia Alesia.

La batalla de Alesia

Se ha pensado que una mezcla de pánico y de religiosidad fueron los causantes de la elección de este lugar por parte de Vercingétorix para atrincherarse. El monte era una fortificación natural sobre el Auxois (de unos 150 metros de altura), a sus pies circulaban los ríos Oze y el Ozerain. Alesia había sido fundada (según los mitos) por el héroe galo más fuerte de toda su mitología, asociado al romano Hércules posteriormente, además, según Diodoro de Sicilia era el lugar más sagrado de toda la Céltica. ¿Creía Vercingétorix estar protegido por un lugar tan sacro?

Situación del Oppidum de Vercingétorix. ©María Engracia Muñoz Santos

Así, el líder galo se atrincheró en ese montículo con más de 80 000 hombres, quizá 100 000, entre infantería y caballería (según el texto de César, claro, ya sabemos a qué atenernos con esos datos), pero es que, al parecer, aún esperaba más hombres, pues el ejército galo aún estaba incompleto, en su ayuda debían acudir otros 240 000 soldados. La ciudad estaba rodeada por una muralla de 1,75 metros de altura, precedida por una zanja. Vercingétorix esperaba pacientemente.

Al otro lado de la muralla gala, el ejército romano, formado por unos 40 000 hombres (unas doce legiones), una parte importante de los cuales eran germanos. La línea de asedio de Alesia comenzó a construirse a mediados de agosto del año 52. Una corona de veintitrés campamentos y fortalezas circundaron la ciudad gala en un total de quince kilómetros de circunferencia, que rodeaba el pie de la meseta, más tarde fue ampliada a veinte kilómetros.

De esta forma, los galos quedaron encerrados en Alesia ante el asedio romano. La estrategia del general romano era doble: por un lado, impedir que nadie entrara y por otro que nadie saliera de la ciudad, y así dispuso dos líneas de defensa; en el centro de ambas un pasillo donde levantó el campamento romano.

Lugar de la batalla. ©María Engracia Muñoz Santos

Vercingétorix, sabedor de que no va a disponer de suficientes recursos para sobrevivir, calculó que poseía víveres para un mes. Si quería aguantar más tiempo debía deshacerse de bocas que alimentar, así que tomó una decisión tremenda, expulsar de la ciudad a todos aquellos habitantes que eran inútiles para la lucha. Era la expulsión o recurrir al canibalismo llegado el momento. Los mandubios, los habitantes autóctonos de Alesia, conocedores de la benevolencia romana, abandonaron su ciudad esperando la esclavitud como liberación a una muerte asegurada. La decisión de Julio César fue insólita, al no dejar que atravesaran sus empalizadas. Mujeres, niños, ancianos y tullidos terminaron pereciendo en «tierra de nadie», de hambre, de sed, de enfermedades, ante los ojos de romanos y galos. La imagen debió ser dantesca.

Tras un mes de asedio, las tropas esperadas por el líder galo llegaron a las empalizadas romanas. 240 000 hombres se enfrentaron a los soldados de Julio César. Los arqueros y la caballería gala fueron aniquilados. Vercingétorix, aprovechando esta distracción, intentó que las tropas asediadas entraran en la refriega, pero fracasó en el intento. Esta primera ofensiva comenzó el 20 de septiembre y duró una semana. Vercingétorix pretendía unir las dos fuerzas (la de la ciudad y la recién llegada) y de paso aplastar a los romanos. El combate final duró toda una tarde, pero César venció.

La segunda batalla se libró pocos días después, a pesar del gran esfuerzo defensivo realizado por los galos, de nuevo fueron derrotados.

Lo que los arqueólogos han encontrado
La mayor parte de los objetos encontrados en Alesia procede de las excavaciones de la década de 1860 y fueron hallados en las líneas de asedio. La mayoría de ellos estaban concentrados en las zanjas situadas a pie de monte, que es donde se cree que se desarrolló la lucha más encarnizada, aunque se piensa que quizá fuese este el lugar donde se amontonó todo lo recogido en el campo de batalla por los limpiadores tras la lucha. En este lugar aparecieron (según Víctor Pernet) «cantidad de huesos de hombres y caballos que formaban un volumen de unos cuatro a cinco cm3».
Las excavaciones de 1990 recogieron monedas, proyectiles, puntas de flecha, balas de escorpión, bolas de hierro, umbos y molduras perimetrales de escudos, clavos de zapatos y puntas de pilum, fragmentos de mejillas, cascos, lanzas, puntas de jabalinas de hierro, espadas (muchas aún en sus vainas), todo ello romano; además, también mobiliario que es complicado de decir si era galo o romano; y entre los objetos galos, elementos de ropa como broches y ganchos de cinturón, y algún fragmento de torque de bronce.

Situación del campamento galo que auxilió a Vercingétorix. ©María Engracia Muñoz Santos

El fin de la batalla

Los galos esperaban que el tercer ataque fuera el definitivo. Era el 26 de septiembre del año 52 a. C. Ambos ejércitos, el del otro lado de la empalizada romana y el de Alesia, comenzaron un ataque conjunto. El objetivo: tomar uno de los vivaques romanos.

Julio César estaba rodeado y temía por sus legiones (como dejó por escrito en su obra). Las tropas romanas estaban desbordadas. Labieno y el propio César aunaron fuerzas. Tras una tremenda batalla, cuerpo a cuerpo, parte de la fuerza gala fue aplastada. La caballería huyó y fue masacrada, la matanza duró horas. Después de una lucha encarnizada, los galos acabaron derrotados. Vercingétorix se replegó en la seguridad de Alesia, donde de nuevo se atrinchera.

Los obstáculos y las trampas romanas
En la llanura, los dos primeros obstáculos que impedían a los galos acercarse a los soldados romanos eran dos trincheras. La primera, más ancha, estaba llena de agua que llegaba desde un arroyo, en cambio, la segunda estaba seca.
El siguiente obstáculo era un plano inclinado con una ligera pendiente, de entre catorce y diecisiete metros de ancho. Tras él dos tipos de trampas: la primera constaba de aguijones metálicos incrustados en estacas cortas plantadas en el suelo y dispuestas en seis filas en una formación escalonada; después las ramas afiladas y templadas, colocadas en dos filas.
Tras todo ello, una tercera trinchera bordeaba el pie de la empalizada y que se fijaba en la parte superior de dicho terraplén, realizada con panales de ramas tejidas, constaba de almenas y protegían el camino que recorría la muralla, cada cierto espacio se levantaba una torre cuya potencia defensiva dependía de la amenaza prevista.
Al otro lado del pasillo, donde se situaba el campamento romano, se levantaba una nueva empalizada con torres sobre un terraplén, tras un foso aparecían las ramas afiladas y templadas y tras estas un nuevo foso.

La rendición de los galos

La victoria romana era más que evidente. Vercingétorix perdió el ejército de refuerzo y no podía salir de Alesia. Reunidos en Asamblea, el líder galo anunció su rendición asumiendo la responsabilidad, tanto de la guerra, como de la derrota y se puso a su disposición, porque era su pueblo quien debía decidir qué hacer con él. Para tomar la decisión enviaron emisarios a César para conocer las condiciones que imponía para la rendición: ¿los romanos querían a Vercingétorix vivo o muerto? César no quería que fueran los galos los encargados de juzgar a Vercingétorix, así que reclamó que fuera entregado vivo junto con sus armas. Era el 25 de septiembre. César nos cuenta que se instaló en el atrio frente al campamento para recibir a los jefes galos. Vercingétorix arroga sus armas a los pies de Julio César. El general romano aceptó su sumisión antes de hacerle prisionero.

César habla de 10 000 víctimas galas, de 40 000 hombres capturados, deportados y vendidos como esclavos en los puertos del Mediterráneo. Los caídos romanos fueron solo 2500. El líder galo fue llevado hasta Roma para ser encarcelado en el Tullianum, donde esperó su ejecución tras la celebración del triunfo por parte de César.

Vercingétorix debía ser castigado por Roma. Para César, era la conclusión lógica puesto que la revuelta fue desde un primer momento una falta y un crimen contra Roma. Solo los eduos y los arvernos fueron absueltos en el juicio de César, con los que mostró clemencia como antiguos aliados de Roma.

Uno tras otro, los pueblos galos se rindieron pacíficamente. Solo un pequeño reducto se niega, los bitúrigos, que siguieron mostrándose rebeldes a Roma, aunque fueron derrotados en poco tiempo. Después se levantaron los carnutos, que también fueron doblegados rápidamente. Los belovacos lo hicieron también, pero, de nuevo, Roma venció. La región acabó pacificada y romanizada.

Roma había vencido en la Galia, pero César fue el verdadero ganador.

Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César (Lionel Noel Royer, 1899). Wikimedia Commons.

¿Cuál fue el final de Vercingétorix?

Vercingétorix desaparece de la historia de Roma tras la caída de Alesia. Dion Casio nos cuenta que fue ejecutado por orden de César en junio del 46 a. C., tras la celebración de su triunfo. Plutarco escribe que tras la rendición fue entregado a los guardas por el triunfo de César, fue llevado a Italia, apareció entre los premios de la guerra y fue en el templo del Capitolio donde se le comunicó que sus compañeros de prisión habían sido ejecutados. Pero nadie sabe qué fue lo que verdaderamente ocurrió con Vercingétorix antes y después de la celebración del triunfo. Las noticias que tenemos son de autores que no fueron testigos de lo ocurrido y muchas veces se contradicen. Las especulaciones por parte de los historiadores modernos son varias, desde la de que fue arrastrado de un lugar a otro hasta llegar a Roma en el 49; además de la que habla de que fue sometido a un arresto domiciliario; hasta el autor que cree que lo encerraron en la prisión de Tullianum o en cualquier otro calabozo inmundo.  Es de suponer que fue ejecutado en el Tullianum por estrangulamiento, su cuerpo vejado y expuesto en las escaleras de Gemonias y después arrojado al Tíber, era el trato habitual hacia los prisioneros de guerra, pero no hay pruebas textuales de nada de ello.

Alesia hoy
Hoy, el lugar donde se desarrolló esta batalla es un parque arqueológico adaptado a las necesidades del público del siglo xxi. El centro de interpretación nos presenta el contexto, el curso y las consecuencias de la batalla, desde los dos puntos de vista, tanto romano como galo, con más de 600 objetos y dispositivos interactivos, maquetas, cartografía, etc.
También son visitables los restos de la villa galorromana de Alesia, a unos tres kilómetros del lugar de la batalla. De la villa gala no queda casi nada, a excepción de parte de los restos de la muralla. Prácticamente todos los restos son de época romana. En este yacimiento podemos ver el teatro, el foro, una basílica, viviendas y el llamado monumento de Ucuetis, de estructura gala.
Y, por supuesto, la famosa estatua de Vercingétorix erigida por Napoleón III en 1865, diseñada por Aimé Millet y Eugène Viollet-le-Duc, utilizada tantas veces con motivos políticos, nacionalistas e incluso económicos. La estatua es el recordatorio, sobre todo desde la Tercera República, para los franceses, del héroe nacional que los llevó a rebelarse contra el Imperio romano. Un símbolo de la resistencia contra el invasor.

Estatua de Vercingétorix en Alise-Sainte-Reine, Borgoña, erigida en 1865. ©Myrabella/Wikimedia Commons.

Para ampliar:

Cartelet, Nicolas, 2014 : La bataille d’Alésia: La défaite de Vercingétorix et de la Gaule face à César Broché, Cork, Primento Digital.

Le Bohec, Yann, 2016: Alesia, 52 avant J.-C., Paris, ed. Tallandier.

Olivier, Laurent, 2021: César contra Vercingétorix, Madrid, Punto de Vista Editores, [original en francés de 2019].

Arqueóloga e historiadora. Doctoranda en el departamento de Arqueologia en la Universidad de Valencia. Especialista en Mediterráneo antiguo.

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