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Edad Contemporánea

ACT UP: organización y acción directa contra el sida en Nueva York

La irrupción del sida en Estados Unidos en la década de los ochenta marcó la trayectoria movilizadora del movimiento LGTBI. El colectivo se enfrentó a las numerosas muertes ocasionadas por la enfermedad, aunque este no fue el único reto que tuvieron que superar. Diversos sectores de la sociedad del momento señalaron a los hombres gays como los culpables de la expansión del virus del VIH, que llegó a ser conocido como el «cáncer gay». Ante la falta de apoyo social y el estigma creciente, estas comunidades se organizaron para dar respuesta a una situación alarmante generando redes de cuidados y fomentando la acción directa.

El 24 de marzo de 1987 tuvo lugar la primera manifestación del grupo AIDS Coalition to Unleash Power (ACT UP) en la intersección de Wall Street y Broadway a primera hora de la mañana. La elección de este punto de la ciudad y la hora de la convocatoria cumplieron su cometido: paralizar el centro neurálgico de Nueva York y hacer llegar su mensaje al mayor número de personas posible. Cerca de 250 activistas ocuparon la calle. Tumbados en el suelo y portando pancartas, los asistentes reclamaron a la administración la necesidad de liberalizar el precio del AZT, el único medicamento existente hasta entonces para tratar a los afectados por el sida. Desde que fueron detectados los primeros casos de la enfermedad en Estados Unidos en 1980, el colectivo LGTBI hizo frente a la muerte de muchos de los miembros de su comunidad, pero también al estigma y el señalamiento social. En una comunidad que había consolidado su movimiento e iniciado la lucha por su visibilización en la sociedad casi dos décadas antes, la respuesta colectiva no tardó en llegar. Iniciativas como ACT UP o Gay Men’s Health Crisis (GMHC) concentraron el descontento, la rabia y la solidaridad de parte de la comunidad.

Dos años después de su primera demostración pública, ACT UP aparecía en News 4 New York como un grupo plenamente consolidado. En esta ocasión, el informativo se hacía eco de su última concentración en el Ayuntamiento. Miles de manifestantes, esta vez, reivindicaban el derecho a la asistencia médica de los enfermos de sida y señalaban al alcalde Ed Koch como principal culpable de la situación. Pero ¿cuál fue la situación que favoreció la movilización de estos grupos? ¿Qué aspectos diferenciaban a esta nueva iniciativa de otras anteriores? ¿Cuáles fueron sus metas y logros? ¿Cuál fue su proyección a nivel internacional, sus demandas y formas de lucha? 

Conflicto generacional, cambio social y conservadurismo en Estados Unidos

Desde mediados de los años sesenta hasta inicios de la década de los ochenta Estados Unidos fue escenario de cambios políticos, económicos, sociales y culturales. El inicio de este periodo estuvo marcado por una fuerte efervescencia social y los sesenta se convirtieron en los años de la contracultura, el malestar social, el descontento, la reivindicación y la protesta. Los diferentes colectivos que lideraron nuevas iniciativas políticas y sociales vieron en esta década una ventana de oportunidad para reivindicar sus derechos y satisfacer sus demandas. La población afroamericana y latina, las mujeres, los jóvenes o el colectivo LGTBI se convirtieron en los protagonistas de movilizaciones masivas cuyo fin era cambiar la sociedad del momento. Estos nuevos movimientos sociales fueron diversos y plurales, pero compartieron valores comunes como el antiautoritarismo, la autonomía respecto a los partidos políticos convencionales y el rechazo a formarse como organizaciones centralizadas. Así, desde las experiencias personales puestas en común en el ámbito colectivo, en este momento «lo personal es político» y, por lo tanto, se convierte en objeto de lucha. Las novedosas reivindicaciones de estos sectores de la población no pueden desligarse de la ruptura generacional que se produjo en la época. Los jóvenes que se organizaron políticamente en torno a cuestiones «culturales» distaban de las preocupaciones de sus predecesores en la lucha social. El sujeto político no solo era ya el obrero manual, ni las peticiones se limitaban a cuestiones meramente «materialistas». La lucha por el divorcio, por la legalización del aborto, el movimiento por los derechos civiles o contra la guerra de Vietnam ampliaron el horizonte de actuación de los jóvenes de estas décadas.

«Storm the NIH» Demonstration die-in. Fotografía realizada el 26 de agosto de 2005. NIH History Office.

Estos movimientos sociales asentaron las bases de lucha de la década siguiente y ampliaron progresivamente los derechos de sus protagonistas. Sin embargo, desde los últimos años de los setenta los sectores más conservadores de la sociedad estadounidense fueron afianzando su posición y se convirtieron en los líderes de la reacción a los cambios sociales. La política, con la llegada de Ronald Reagan a la presidencia en 1980, dio un giro decisivo que reivindicaba la comunidad cristiana, la bajada de impuestos, el libre mercado y una mayor presencia internacional. Este giro conservador coincidió con la crisis económica que comenzó en 1973, así como con el deterioro de grandes ciudades como Nueva York. Fenómenos como el consumo de heroína entre los sectores más vulnerables, el aumento de la criminalidad y la aparición del sida se convirtieron en problemas de primer orden.

Anita Bryant contra la homosexualidad
El 7 de junio de 1977 el New York Times recogía en sus páginas las duras declaraciones contra los homosexuales emitidas por la cantante Anita Bryant. «No vamos a ir detrás de sus puestos de trabajo mientras ellos hagan su trabajo y no quieran salir del armario». En enero de ese mismo año se había aprobado en el condado de Dade, Florida, una ordenanza que prohibía la discriminación en el trabajo por razones de orientación sexual. Antes incluso de su aprobación, la cantante de pop lanzó la campaña «Save Our Children» para oponerse a una ordenanza que, según alegaba, negaba su derecho como cristiana de educar a sus hijos en la moralidad religiosa. Conocida popularmente por su oposición a la comunidad LGTBI y su firme defensa de las terapias de conversión, Anita se convirtió en la cara visible de un movimiento conservador que empezaba a asentarse con fuerza. Apareció en los medios de comunicación defendiendo la decencia del modelo de familia tradicional, afirmando que su lucha no era contra los individuos homosexuales, sino contra la imposición del colectivo de ser visibilizados en todos los ámbitos de su vida. La campaña de la cantante logró más de las 100 000 firmas necesarias para someter la ordenanza a referéndum, que finalmente fue derogada. El éxito de la iniciativa animó a conservadores de todo el país a organizarse contra la inmoralidad e indecencia homosexual. Ante el avance de los derechos de la comunidad, el mensaje de Anita fue claro:
«Dios puso a los homosexuales en la misma categoría que a los asesinos, ladrones y borrachos. La homosexualidad es un pecado y yo estoy en contra de todos los pecados. También estoy en contra de las leyes que dan respetabilidad y aprobación a este tipo de individuos.»

La epidemia del sida

Los problemas relacionados con la extensión del consumo de drogas y la aparición de los primeros casos de sida en Estados Unidos en los ochenta fueron el culmen de una época anterior marcada por el «vicio», la «inmoralidad» y la «promiscuidad». Para muchos, estos sucesos sirvieron para ilustrar las consecuencias que podía tener desviarse del camino correcto. El sida fue la principal de ellas.

En 1981 algunos médicos dieron la voz de alarma sobre varios casos de neumonía en el país y desde los Centers for Disease Control and Prevention (CDCP) se hicieron eco del problema. Los afectados no solo compartían diagnósticos similares, también eran todos varones homosexuales y terminaron falleciendo por complicaciones a los pocos meses. El 3 de julio de ese mismo año, apenas un mes después de los diagnósticos, el New York Times publicó su primera noticia sobre el sida que describía el nuevo «cáncer» que se estaba extendiendo entre la comunidad gay Por entonces, la enfermedad no tenía nombre todavía, y no fue hasta 1982 cuando se le denominó Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, siendo el virus que la provocaba, el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) aislado en 1984, lo que permitió avanzar en su estudio y tratamiento de la enfermedad. No obstante, los primeros momentos del virus fueron caóticos. Inicialmente, el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos emitió una serie de recomendaciones que se centraron en el contagio por contacto sexual y a nivel internacional la Organización Mundial de la Salud organizó la primera reunión para valorar la situación. Aunque las autoridades intentaron hacer llegar a la población información sobre las vías de contagio, se llegó a creer que el simple acercamiento o contacto con un afectado podía derivar en contagio. Así, las personas afectadas tuvieron que hacer frente a un doble estigma: su orientación sexual, muchas veces relacionada con el contagio de la enfermedad y su condición de enfermo, que le aislaba de la vida social en comunidad.

Silence=Death. Acto conmemorativo en el NYC AIDS Memorial en Manhattan, Nueva York. Fotografía realizada el 30 de marzo de 2017. ©Elvert Barnes

Aunque hubo avances científicos y médicos durante estos primeros años, no fue suficiente y no se pudo proporcionar asistencia médica de calidad a todos los afectados. Entre los avances más importantes destacaron la aprobación en 1987 del AZT, el primer medicamento para tratar el VIH/sida y la creación del Programa de Servicios de Salud sobre Sida.

Estilos de vida bajo sospecha: el club de las 4H

La aparición del sida no solo supuso un reto a la comunidad científica del momento, también alimentó los miedos y la incertidumbre de una sociedad que desconocía totalmente la forma de transmisión y el devenir de la enfermedad. Estos miedos fueron acompañados de prejuicios que afectaron a algunos sectores de la sociedad estadounidense cuyos «estilos de vida» e incluso su propia existencia, parecían ser sospechosos de propagar la enfermedad. Las autoridades informaron de cuatro grupos de riesgo concretos que fueron conocidos como el club de las 4H: homosexuales, heroinómanos, hemofílicos y haitianos. Independientemente de las supuestas mayores posibilidades de contagio que pudieran tener miembros de estos grupos, los discursos dominantes y la opinión pública señalaron una relación directa entre pertenecer a estos y contraer VIH. En el caso de la comunidad LGTBI y los consumidores de drogas, se señalaron sus prácticas como las principales culpables del riesgo. Detrás de esta preocupación por sus comportamientos se escondía, además, una valoración moralista sobre ellos.

Entre estos cuatro grupos, el protagonismo se lo llevó sin duda el colectivo LGTBI, más concretamente, los hombres homosexuales. Ejemplo de ello fue el uso del término gay-related immune deficiency (inmunidad asociada a la homosexualidad) para hacer referencia a la enfermedad. Los medios de comunicación también desempeñaron un papel fundamental a la hora de difundir discursos, expandir rumores y sembrar el miedo entre la población.

Pero ¿cómo recibió la comunidad LGTBI las primeras noticias de la enfermedad, la muerte de compañeros o los mensajes leídos en prensa? En un primer momento los activistas del movimiento vivieron esta nueva realidad desde el desconcierto. Si bien había una realidad material que parecía corresponderse con los discursos emitidos, para muchos de ellos esta nueva enfermedad era una campaña más contra los homosexuales. No fue la primera. Desde que el movimiento alcanzó una postura más visible en la opinión pública, los sectores más conservadores se pusieron al frente de una feroz oposición que se refugiaba en la defensa de la moralidad cristiana y la familia tradicional. Pese a la incredulidad inicial, la comunidad volcó sus esfuerzos en dos iniciativas clave: informar al colectivo sobre las formas de contagio y las precauciones a tomar y el cuidado de los primeros afectados. La organización en este primer momento, basada en la solidaridad y los cuidados, pronto pasaría a la asociación y la acción directa. Había que tomar las calles.

Acción colectiva contra el sida: de la emergencia del GMHC a la rabia del ACT UP

Cuando se produjeron los primeros casos de sida, las noticias llegaron a una comunidad LGTBI plenamente consolidada. Una comunidad que, desde los disturbios de Stonewall en 1969 se había afianzado como movimiento y había conseguido grandes avances en materia de derechos sociales. Estos lazos de unión iban más allá del ámbito de la lucha social. Muchos de los miembros de la comunidad compartían espacios y vivencias que ayudaron a entretejer redes informales extensas, tal como fue el caso de ciudades como Nueva York o San Francisco. No solo se encontraban en las manifestaciones, tenían amigos en común, asistían a las mismas fiestas y transitaban las mismas calles. No es de extrañar entonces que la irrupción del sida y la pérdida de compañeros de lucha, amantes y amigos movilizara a la comunidad para establecer una red de cuidados y atención a los afectados en una situación de emergencia. Activistas como Larry Kramer y Paul Popham impulsaron la iniciativa GMHC en 1982, que nació como una organización voluntaria cuyo objetivo principal era informar y asesorar sobre la crisis sanitaria a través de una línea telefónica. Su labor alcanzó tal magnitud que incluso desde los CDCP se pidió asesoramiento a la hora de organizar una respuesta sanitaria más coordinada.

Sin embargo, hacia mediados de los ochenta surgieron voces dentro del movimiento que plantearon nuevas formas de avanzar en la lucha contra el sida. En 1987, bajo la iniciativa de Larry Kramer, nació en Nueva York ACT UP para acabar con el estigma hacia los afectados, exigir medidas y presionar a las autoridades para poner fin a este drama. Esta organización se distinguió notablemente de las surgidas anteriormente. Se rechazó cualquier tipo de vinculación con las instituciones y desde el principio se configuraron como un movimiento social sin líderes que abogaba por la participación democrática de todos sus miembros. Aunque ACT UP estuvo compuesto en su mayoría por hombres gays blancos, en general con estudios e implicados en el movimiento por los derechos homosexuales, poco a poco se involucraron un mayor número de mujeres y personas racializadas. Además, aunque muchos participantes convivían con el VIH, otros miembros del movimiento se organizaron para luchar por los derechos de sus familiares y amigos. Propusieron nuevas formas de acción, más directas y rompedoras que las usadas por otras organizaciones con el fin de desafiar las percepciones culturales que tenía la sociedad sobre los enfermos de sida. Estas acciones, que tuvieron lugar entre 1987 y 1995, estaban estrechamente ligadas a los objetivos del movimiento y partían de la no-violencia, los actos públicos y la desobediencia civil. Ejemplo de ello fueron las manifestaciones y concentraciones organizadas para demandar un tratamiento para el sida, para las que se ocuparon calles enteras cortando el tráfico y paralizando el centro de la ciudad. La visibilidad también fue central en la actividad del movimiento. En un intento de ilustrar las consecuencias del sida en la comunidad, los manifestantes incorporaron a su repertorio los «die-in», es decir, tumbarse en el suelo y simular estar muerto, muchas veces rodeados de sangre falsa. Uno de los más controvertidos fue el «Stop the Church» de Nueva York, realizado en medio de una misa en la Catedral de San Patricio mientras otros compañeros se encadenaban y lazaban preservativos. Esta acción era una respuesta a las declaraciones del cardenal contra la educación sexual, aunque también una crítica general a la moral cristiana del momento y sus continuos ataques contra la comunidad LGTBI.

ACT UP Demonstration at NIH. Fotografía realizada el 21 de mayo de 1999. NIH History Office.

Reivindicar su sexualidad alejándose de los estereotipos sociales impuestos y el estigma creciente desde la aparición del sida se convirtió en un elemento central en el recorrido de ACT UP. Su orientación sexual y sus identidades de género se convirtieron en aspectos que reivindicar con orgullo. Junto con la consigna «Silence=Death», que llamaba a levantar la voz contra la injusticia, se usó también el triángulo rosa, en este caso invertido, símbolo que sirvió para identificar a los hombres homosexuales en los campos de concentración nazis y que fue reapropiado por la comunidad LGTBI como forma de protesta.

Las tácticas de ACT UP consiguieron sin duda llamar la atención de los medios de comunicación y de la sociedad del momento. Las acciones del grupo sirvieron como un altavoz que proyectó las voces de sus activistas para que llegaran al máximo número posible de personas. Las personas con sida, hasta entonces relegadas a los márgenes de la sociedad, encontraron en esta organización una vía para proyectar sus problemas y reivindicar sus derechos. Tal fue la proyección del movimiento que surgieron iniciativas parecidas en otras ciudades europeas como París, empleando una estética parecida a la neoyorquina.

El Comité Ciudadano Anti-sida en Madrid
Las noticias sobre el sida llegaron a España poco después de los primeros casos detectados en Nueva York. Entre los primeros medios que informaron de la situación destacó la labor de Interviú a partir de 1982, a la que se unieron otros medios nacionales como El País cuando empezaron a detectarse los primeros casos en España. Pero como ocurrió en Estados Unidos, en el caso español también se plantearon dudas iniciales sobre la posibilidad de que el virus fuera propaganda antihomosexual. Las primeras respuestas por parte de la comunidad se articularon fuera del movimiento gay, al margen de las asociaciones que ya existían. En 1984 nació el primer Comité Ciudadano Anti-sida en Madrid, legalizado en 1986 y que tuvo como objetivo informar, por vía telefónica, acerca de cualquier duda que tuvieran los interesados. Estos comités, que fueron surgiendo también en ciudades como Bilbao, contaron con personal especializado para trabajar sobre el tema. Estos espacios, según uno de los voluntarios del comité de Madrid: «Servían para librarse de la presión de un diagnóstico que, por entonces, si no de muerte, tenía muy mal pronóstico, y para darse apoyo unos a otros, tener una red de amistad […], un poco reivindicativo».
No solo ofrecían asistencia telefónica, también organizaban protestas ante actos de injusticia contra personas con VIH/sida, como por ejemplo negarse a renovar el alquiler tras enterarse de que el inquilino era una persona que convivía con la enfermedad. Este tipo de situaciones, fruto del desconocimiento sobre el tema, fueron disminuyendo según la información era mayor. Pese a ello, la tarea no era fácil: «Un 90% de las llamadas era lo que llamábamos los “psicosidas”, gente que era imposible que hubiera tenido ningún contacto con VIH, pero llamaba obsesionada porque era por cualquier motivo… Por un mosquito que le había picado, por ir a la piscina… […] En un primer momento no había información, y en un segundo momento nos dimos cuenta de que no bastaba con la información, porque cuando uno no quiere o no le valen los datos objetivos… No paras un miedo».

La proyección social del movimiento fue solo uno de los éxitos. Quizás los afectados por el sida valoraron aún más la existencia de una red de apoyo donde pudieron compartir experiencias con otros compañeros. Iniciativas como ACT UP se configuraron como puntos de encuentro, debate, organización y cuidados que beneficiaron enormemente a sus miembros. Pese al progresivo declive que sufrió la organización en los últimos años y su escisión, su legado se extiende hasta la actualidad con iniciativas como Housing Works que luchan por proporcionar acceso a vivienda y sanidad a las personas con VIH/sida.

Memorias, testimonios y experiencias desde dentro de ACT UP
En los últimos años las fuentes orales han protagonizado la recuperación de la memoria de aquellos sujetos que tradicionalmente han quedado fuera del relato histórico. También han sido empleadas para reivindicar las luchas y conquistas sociales de diferentes colectivos. Ya sea realizada por historiadores o por los propios protagonistas de los hechos, la labor de recopilación, para estos últimos, es una forma más de reflejar las distintas verdades de la Historia. En el caso de ACT UP sus miembros se han encargado de organizar en su página web un pequeño archivo con recortes de prensa y recursos disponibles para el público. Además, plasmaron su historia en el documental Fight Back, Fight AIDS: 15 years of ACT UP dirigido por James Wentzky en 2002. Otro de los proyectos imprescindibles para entender la organización es el ACT UP Oral History Project coordinado por Jim Hubbard y Sarah Schulman y que contiene una colección de entrevistas de algunos miembros de la organización. La finalidad de este proyecto es recopilar los testimonios, diversos y válidos. Es una forma de dar espacio a sus concepciones sobre sexualidad, enfermedad, cuidados, arte y derechos humanos. La página web cuenta con más de 180 entrevistas grabadas y transcritas abiertas para su acceso.

ACT UP! Graffiti en el Lado occidental del Muro de Berlín. ©Rory Finneren/Wikimedia Commons.

Para ampliar:

Burk, Tara, 2015: «Radical Distribution: AIDS Cultural Activism in New York City, 1986-1992», Space and Culture vol. 18 (4), pp. 436-449.

Halcli, Abigail, 1999: «AIDS, Anger, and Activism: ACT UP As a Social Movement Organization», en Jo Freeman y Victoria Johnson: Waves of Protest: Social Movements Since the Sixties, Washington, DC, Rowman and Littlefield, pp. 135-150. 

Patton, Cindy, 1990: Inventing AIDS, New York, Routledge.

Graduada en Historia y doctoranda en Historia Contemporánea en la UCM. Estudia la droga en el Madrid de los 80. Interesada en los márgenes, la movilización social y la ciudad.

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